sábado, 29 de abril de 2023

85.- Ring, ring

     Ring, ring.

    Llevaban ya tres plantas, a cuatro puertas por planta. Doce timbres tocados para nada. Gutiérrez empezaba a sentirse ya un inútil engañado; Hortensio, por su parte, las estaba pasando canutas. Gutiérrez no daba crédito, pero a su pupilo parecía que le diera vergüenza llamar a los timbres y esperar a que les abrieran. Se ruborizaba, balbuceaba...

    - Pareces una exploradora vendiendo cajas de galletas, joder, Hortensio.

    - Es que esto de llamar de puerta en puerta, como un vendedor de enciclopedias, me mata. Me recuerda a un trabajo que tuve en mi juventud...

    - Pero si eres un niñato, Hortensio, joder. ¿Que vendiste enciclopedias hace cuánto, dos meses?

    Hortensio tragaba saliva.

    - No, comisario, no es eso... Pero estuve repartiendo propaganda... y fue hace ya unos años, que no soy tan joven... y era un trabajo horrible.

    - ¿Horrible? Ya sería para menos.

    - Que no, comisario, que es horrible. ¿Qué hemos conseguido hasta ahora?

    Gutiérrez hizo repaso.

    - Un tipo en calzoncillos, una joven con pelo de recién despertada, tres señoras mayores, una de las cuales ha intentado darme un trozo de bizcocho... ¿Y tú?

    - Parecido. ¿No es horrible?

    A Gutiérrez nunca le había parecido tan horrible eso de molestar a la gente.

    - Lo peor, Hortensio, es que el mundo se acaba y no encontramos a nadie. Queda la cuarta planta. Allí será, ¿no?

    - Allí será, comisario.

    Se acercaron a la primera puerta, y llamaron.

    Ring, ring.

    Les abrió un tipo calvo y extremadamente sonriente.

    - Somos la policía.

    - ¡Ah, la policía! ¡Por fin! Pasen, pasen, les estaba esperando.

    - Es por una alerta nuclear.

    - Claro, claro. Enhorabuena. Han dado con su hombre. Pero no se queden ahí, pasen y hablemos.

    Gutiérrez y Hortensio se miraron y entraron. El mundo se estaba llenando de locos a un ritmo vertiginoso.

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