- No me lo puedo explicar, Comisario... es dramático, dramático...
Germán, el Comisario de la Exposición, se tiraba de los pelos y estaba a punto de romper a llorar.
- Vamos a ver, señor Redondo, deje de llorar con un niño estúpido y demos con una solución -terciaba Gutiérrez, siempre motivador. - ¿Tiene usted alguna idea de quién pudo haberlo robado?
- Si lo supiera, Comisario, no estaríamos aquí hablando...
Gutiérrez exhaló un suspiro y sacó un cigarrillo, esta vez en el interior del recinto. La Exposición había sido clausurada hasta que la investigación diera algún resultado, claro, y el público que se había comenzado ya a apilar a las puertas había sido disuelto con palabras amables que recibieron como respuesta gestos de disgusto.
- Señor Redondo, deje las ironías si quiere que usted y yo acabemos bien. ¿Y el autor?
- En Costa Rica. Se le espera pasado mañana.
- ¿Alguna idea de cómo han sacado la obra del recinto?
- Ni idea. Es una pieza de un tamaño considerable, no es un diamante que te puedas meter en el bolsillo...
- ¿Algún seguro?
-¿Sugiere que el autor puede haberse robado a sí mismo? ¿O nosotros?
- Eso lo dice usted. Yo solo pregunto.
Germán Redondo tragó saliva y chasqueó la lengua.
- Ningún seguro puede pagar la publicidad que supone una obra en exposición; y ningún robo, por más que le dé fama a la obra, es equivalente al precio que se podría pagar por ella si se pone en venta.
Gutiérrez aspiró el cigarrillo con fuerza y dejo caer las cenizas en cualquier sitio.
- ¿Quién fue el primero en llegar esta mañana?
- Amadeo, de la limpieza. Viene antes de comenzar cada jornada para comprobar que la higiene de las instalaciones es la adecuada. Dice que no vio nada. Unos minutos después llegué yo, y me di cuenta de que la obra había desaparecido...
- De acuerdo, hablemos con Amadeo. ¿Hortensio?
- ¿Sí, Comisario? -contestó presto este, que discretamente había acompañado toda la conversación.
- Búscame a Amadeo, el de la limpieza...