lunes, 29 de junio de 2015

41.- Dos hostias bien dadas

     El chuleta de Gómez no le aguantó el tirón a Gutiérrez ni cinco minutos. Cuando le vio entrar bufando como un bisonte y con ojos de loco debió de pensar que le iba a moler a hostias, igual porque simplemente tenía un mal día, y que a él, un pobre y honrado ladrón de guante blanco, le iba a tocar pagar el pato. Y, en parte, Gómez tenía razón.

     Así que Gutiérrez entró en la sala de interrogatorios con unas ganas enormes de partirle la cara a alguien. Al que había dejado escapar a Morales, por ejemplo; al propio Morales, desde luego; o al primero que se le pusiera por delante que, en este caso, era Gómez.

     Cuentan los testigos que el momento fue épico, y cuando se dice "testigos" se quiere decir Hortensio, que acompañaba a Gutiérrez y que luego, al narrarlo, compararía la furia de Gutiérrez con la de un Aquiles con aliento de vodka y de tabaco rubio.

     En la práctica no fue para tanto. Gómez ya estaba asustado antes de que Gutiérrez le diera aquella "caricia" en la mejilla. Luego, empezó a cantar de plano y las ansias de desahogo de Gutiérrez quedaron frustradas. Confesó que se había robado a sí mismo con la idea de cobrar el seguro, que las joyas estaban en una nave industrial propiedad de la empresa y hubiera confesado ser el asesino de la madre de Bambi si Gutiérrez hubiera querido.

     Lo mejor era que la confesión confirmaba lo que ya todos intuían, lo que había chivado la vieja vecina de la joyería, y lo que Mel y Streller habían visto en el polígono.

     - Definitivamente, Hortensio, este tío era gilipollas.
     - Ahora será un gilipollas entre rejas.

     Gutiérrez suspiró. Inmediatamente se encendió un cigarrillo y se aclaró la garganta, como si se hubiera sentido avergonzado de su fugaz muestra de sensibilidad y melancolía.

     - Y ahora, ¿qué tenemos, comisario?

     "¿Ahora?", pensó Gutiérrez. "La que se nos viene ahora sí que es buena...". Y aspiró una calada bien profunda.