lunes, 29 de agosto de 2011

10. Una visita de cortesía

- ¿Sí?
El Comisario Gutiérrez había dejado claro en multitud de ocasiones que siempre era mal momento para llamar a la puerta de su despacho. Lo sabía Morales, lo sabía Eulalia, lo sabían todos en la comisaría. Por eso le irritaron tanto aquellos golpes decididos, autoritarios.
Asomó la cabeza un tipo peculiar. Estaba seguro de haberlo visto en alguna parte. Gabardina, cámara de fotos colgando del cuello, bloc y lápiz en la mano. Sus primeras palabras confirmaron los temores del Comisario.
- ¿Puedo pasar? Soy Jorge Streller, periodista.
- ¿Jorge Streller?
- Sí, es alemán.
Lo dijo como si hubiera pasado toda una vida repitiéndolo. “Es alemán”. Una táctica de distracción, desde luego, porque mientras Gutiérrez se perdía en los entresijos de la onomástica germana el periodista tomaba la duda como una afirmación y se sentaba frente a la mesa del despacho. Gabardina… ¿por qué gabardina? Solo le faltaba una acreditación insertada en un ridículo sombrero para retroceder a los años 50 y resultar el típico reportero de película norteamericana.
- ¿Puedo fumar? Dijo mientras sacaba un paquete de cigarrillos y aspiraba el aroma a tabaco rancio del despacho.
- Por supuesto que no, ¿qué se ha creído?
El desprecio implícito en la respuesta le pasó desapercibido, guardó el paquete con elegancia y comenzó un improvisado y apresurado interrogatorio:
- Tres muertos en poco tiempo, señor Comisario. ¿Hay alguna relación entre los crímenes?
- No voy a contestar a eso.
- ¿Pueden ser obra del mismo asesino? ¿Podemos estar ante un asesino en serie?
- ¿Cómo coño ha entrado usted aquí?
- ¿Tiene alguna pista que no haya trascendido aún a la prensa?
- Largo.
- ¿Deja el asesino alguna señal, algún rastro distintivo de sus crímenes?
El Comisario Gutiérrez palideció en un primer momento, enrojeció en el siguiente, increpó mentalmente al periodista presente, a su profesión en general, a los que hablan sin saber y a los que sin saber terminan por dar en el clavo, a todos los asesinos en serie, a los que juegan con la policía y, en especial, a los que juegan con él, y terminó diciendo:
- Fuera de aquí o le echo a patadas.
- Gracias, comisario, ha sido usted de gran ayuda. Estamos en contacto – fue la respuesta de Streller antes de ser sacado a empujones y de que la puerta se cerrara de un portazo.
No había tres asesinatos, sino dos asesinatos y un suicidio. Eso, de momento. Si la prensa ya estaba sobre la pista, es que había llegado de verdad el momento de ponerse manos a la obra.