domingo, 19 de junio de 2011

6. Nunca te lleves el trabajo a casa

...los telediarios son una mierda... siempre lo he pensado... solo cuentan problemas, tragedias, catástrofes... y cuando aparece una buena noticia se trata de una estupidez que no interesa a nadie... desde luego, si los telediarios son un reflejo de lo que pasa en el mundo estamos apañados... y si no es un reflejo de lo que pasa en el mundo, si es solo una muestra de lo que interesa a la población, entonces estamos más apañados todavía...

El Comisario Gutiérrez apagó la televisión, se volvió a llenar el vaso con vodka y se recostó en el sofá. La botella ya andaba a medias, medio llena o medio vacía, depende, en cualquier caso habría que ir pensando en renovarla. Ni siquiera se había molestado en encender las luces, nunca lo hacía, de hecho. Para qué. Una ventana abierta dejaba entrar breves ráfagas de brisa nocturna y permitía percibir leves murmullos procedentes de fuera, de la ciudad que nunca duerme, mientras trataba en vano de extraer del interior el olor añejo a tabaco rancio.

...a ver, seamos serios y no saquemos las cosas de quicio... es un papel, un simple papel, un papel no quiere decir nada... además, Gutiérrez hay muchos, seguro que hay cientos de miles de Gutiérrez por ahí dispersos, y seguro que hay razones para que un puñado de ellos vea su nombre escrito en un papel y adosado a los párpados de un cadáver...

Volvió a preguntarse por qué lo hacía. Por qué se llevaba el trabajo a casa. Otros tenían otra vida, y cuando salían de comisaría la buscaban, y se divertían por ahí, o se refugiaban en sus familias, o quedaban con sus amigos. Gutiérrez pensó que ya era hora de salir un poco.

...algún día de estos tendré que hacer unas llamadas... pero el tipo este del papel volverá a matar, de eso seguro... y yo tengo que estar allí para preguntarle a qué Gutiérrez se refería... ¿tú qué piensas, Eva?... tú siempre me dabas buenos consejos...

El Comisario miró entonces un objeto que se erguía en un mueble del salón. Era un retrato, del tamaño de una tarjeta postal. En él aparecía una chica joven con un uniforme de policía. Agarrándose a la esquina superior derecha del marco plateado colgaba un crespón negro. El Comisario siguió observando el retrato durante un rato. Eva, siempre sonriente con su impecable uniforme, no contestó.

A la mañana siguiente la botella de vodka estaba completamente vacía y el olor a tabaco en la habitación no solo perduraba, sino que se había intensificado. El Comisario Gutiérrez roncaba tirado en el sofá.

sábado, 11 de junio de 2011

5. El misterio del chupachús robado

No sabía muy bien por qué Eulalia había tenido que traerse a los niños a comisaria. Le habían dicho algo de que no tenían colegio, de que la canguro se encontraba indispuesta, de que no entorpecerían su labor de secretaría. Qué más daba. El caso es que eran molestos, el nene y la nena ajetreando de acá para allá entre gritos y juegos.

Nunca le habían gustado los niños. Demasiado impulsivos, demasiado irracionales, demasiado animalizados. "Los mamíferos parecen estúpidos durante sus primeros años de vida", había dicho alguna vez. "Algunos mamíferos, de hecho, lo parecen durante su vida entera".

Ahora la niña se había puesto a gritar junto a su puerta, unos bramidos que desembocaban en el llanto fácil de la gente descerebrada. Y Eulalia sin aparecer. Así que tuvo que abrir la puerta y terciar en el asunto.

- Dime, niña, qué te pasa.
- Me ha quitado el chupachús -y señalaba a su hermano.
- ¿Le has quitado el chupachús, niño?

El niño negó con la cabeza.

- Tu hermano dice que no.
- Me ha quitado el chupachús -y continuaba señalándole.

Y el niño que continuaba negando. "Desde luego, qué asco de trabajo", murmuró el Comisario Gutiérrez. Y se dirigió al niño.

- Ven aquí, chaval. Sí, sí, aquí, ven. Siéntate. Que te sientes, coño. ¿Sabes qué es esto? Una sala de interrogatorios. ¿Y sabes para qué sirve?

El niño volvía a negar mientras el Comisario cerraba la puerta. Luego se acercó y comenzó a hablarle, en tono muy bajo, casi en un susurro.

- Mira, chaval, tú y yo no nos caemos bien, pero no vamos a salir de aquí hasta que me digas la verdad sobre el chupachús. Sé perfectamente que lo tienes tú, ¿sabes? Estamos hablando de hurto, de un par de años de cárcel, ¿sabes lo que es la cárcel , chaval? ¿Sí? No, no lo creo, no tienes ni idea de lo que es eso... Mira, niño, o me dices ahora mismo dónde está el chupachús o te lío un follón de dos pares de cojones, ¿me entiendes? Canta ahora mismo... ¡canta!

El niño, que había escuchado al Comisario con los ojos como platos, comenzó a llorar.

Desde fuera Morales, que pasaba por allí, alcanzó a oír expresiones como "¡Vaya nenaza, mira como llora!", así como golpes contra las paredes, gritos desaforados, sillas que volaban, mesas volcadas.

Segundos después, el Comisario salía de la sala de interrogatorios con un chupachús en la mano. Tras él, serio y en aparente estado de shock, caminaba el interrogado.

- Toma, niña, y ahora a ver si te estás tranquilita, ¿vale?

Morales se acercó al Comisario.

- Jefe, ¿no ha sido un poco excesivo?
- Joder, Morales, si ni siquiera le he puesto la mano encima... ha sido una presa fácil de mis dotes persuasivas... -y sonrió.

Al terminar su jornada, Eulalia se sorprendía del comportamiento de sus hijos, unos angelitos que se habían pasado las últimas horas sentados en un banco de madera sin decir ni mu. De hecho, sin atreverse a mover un dedo...