jueves, 29 de diciembre de 2016

53.- Manos a la obra

     Gutiérrez tardó unos segundos en reponerse. Sus compañeros, con posterioridad, dirían, hablando entre ellos, que aquello fue una especie de milagro, una resurrección en toda regla, la vuelta a la vida de un corazón detenido tras ser fulminado por un rayo. Para Gutiérrez, sin embargo, no fue más que una toma de posiciones, una cuestión de vida o muerte: o te dispones a matar, o te preparas para morir.

     - Hortensio -dijo con firmeza, como movido por un resorte. - Busca en el historial de Morales. Quizás piensas que ya lo conocemos de sobra, que lo hemos estudiado hasta la saciedad, pero algo se nos escapa. Un patrón de conducta, un lugar común, una pista que nos diga por dónde se mueve.

     Hortensio asintió con la cabeza, decidido.

     - Streller -continuó el comisario-, muévete entre tus conocidos, pregunta en tugurios, en lugares públicos. Tú tienes mil ojos. Mantenlos todos bien abiertos. Quiero que alguien encuentre a ese cabrón.
     - Será un placer, comisario.

     Finalmente, se volvió a Mel.

     - Y tú, Mel... tú, ten cuidado, anda... no te vayas muy lejos.

     Mel tragó saliva. Todos amenazados, todos buscando pistas y él "teniendo cuidado". Pues estaba apañado...

     - Creo que igual me quedo aquí, en comisaria -dijo.
     - Como quieras. Si aquí te sientes más seguro...

     A Mel no terminaron de tranquilizarle las palabras de Gutiérrez, ni la palmada en el hombro que recibió a continuación. ¿Gutiérrez dando ánimos con palmadas en el hombro? Muy mal tenían que andar las cosas.

     Cuando quiso darse cuenta, Mel estaba solo en el despacho de Gutiérrez. Se acomodó en la silla, encendió el portátil y se puso a escribir.  Pensó en coger un cigarrillo y darle al vodka que Gutiérrez escondía en el cajón. Lo hizo, de hecho, y más de una vez...

sábado, 5 de noviembre de 2016

52.- Tic, tac

- Estimado comisario Gutiérrez...

     La voz de Morales era clara y diáfana como un día de primavera. Gutiérrez tragó saliva y se ató los machos. No era plan de parecer pusilánime, ni tan siquiera diplomático.

- ¿Qué quieres, gilipollas? ¿Qué es eso de "estimado comisario..."? Que no estás escribiendo una carta, coño...

     Unos segundos de silencio. Gutiérrez sonrió al pensar que Morales habría acusado el golpe,, que no esperaría una respuesta tan directa. Estaría recomponiéndose, como él unos segundos antes.

- Tic, tac, tic, tac...
- ¿Ahora qué eres, un reloj? Desde luego, no he visto tío más tonto que tú, pelirrojo de mierda...
- Tic, tac, tic, tac...

     Gutiérrez pensó que quizá fuera buen momento para dejar que Morales dijera algo. Darle un poco de cuerda. Después de todo había llamado él, así que algo tendría que decir. Tras un par de tic-tac más, por fin volvió a sonar a racional el mensaje que llegaba del otro lado del auricular.

- Se acaba el tiempo, comisario. Se acerca el momento de la siguiente víctima. ¿Quién será? ¿Será alguien cercano? ¿Será un desconocido? ¿Será alguien de tu equipito? ¿Serás tú?

     Cuando Morales dijo eso de "equipito" se cruzaron una mirada Streller, Mel y Hortensio. Ellos también estaban en la lista.

- ¿Quieres jugar, comisario?
- ¿Quieres que juegue, Morales?
- Yo lo que quiero es que sufras, que sufras un poquito más...

     Morales rio como un demente. Gutiérrez empezó una sarta de insultos e improperios de difícil reproducción. Cuando acabó de jurar en hebreo, Morales ya había colgado.

domingo, 25 de septiembre de 2016

51.- Tensa espera

     Se había hecho el silencio en el despacho de Gutiérrez. Un silencio tenso, desagradable. Quien no miraba al techo, miraba al cielo, evitando todos el cruce de miradas que obligaba a un gesto, a una explicación.

     La situación empezaba a ser más que preocupante. Otro asesinado, otra vez Morales, de eso no cabía duda. El jueguecito, que nunca había tenido gracia alguna, comenzaba a ser irritante.

     Mel tosió levemente. Aquel pesado silencio, en el que costaba hasta respirar, le estaba provocando una angustia infinita. Acto seguido Hortensio, Streller y el propio Gutiérrez le miraron, y Mel sintió el peso de los seis ojos sobre él. Bajó la cabeza. No tenía nada que decir.

     Cuando el momento se eternizaba tanto que la tensión comenzaba a hacerse insoportable, el estruendoso timbre del teléfono les sacó de su letargo, les sobresaltó y les puso alerta. Fue un sonido breve, surgido de la nada, anunciador de desgracias, como las campanas del infierno.

     No sonó una segunda vez, no obstante. Antes de que eso sucediese, el comisario ya había descolgado.

     - Gutiérrez al aparato...

     Y esta vez, al contrario que otras veces, no hubo silencio al otro lado. Ni risitas ahogadas. Esta vez la llamada era de verdad.

jueves, 1 de septiembre de 2016

50.- Con vistas al mar

     Un tipo cualquiera se acercó a la terraza y tomó asiento en uno de los lugares libres. Se encendió un cigarrillo y esperó, mirando al mar, a que se acercara el camarero.

     Las vistas eran preciosas, sin duda alguna el punto fuerte de aquella terraza. Aquel tipo, un tipo cualquiera, ya sabía que el café de allí no era, ni mucho menos, el mejor del mundo, pero, ¡qué demonios!, le apetecía tomarse uno mientras el mar azul se balanceaba delante de él, iluminado por la claridad del día y acompañado del canto de las gaviotas.

     Por fin el camarero se acercó y el tipo pidió su café.

     Aquel tipo, un tipo cualquiera, se sentía, no obstante, especial en aquellos momentos. Un café mirando al mar en un bello día, uno de esos pequeños placeres que hacen la vida más fácil.

     Un barco atracaba en la lejanía del puerto cuando alguien se le aproximó por detrás. Supuso que sería el camarero que venía con su café, y se inclinó ligeramente a un lado para facilitarle la labor.

     Entonces, un tipo cualquiera recibió una fuerte punzada en el costado. Y luego otra. Y otra. Apenas tuvo tiempo de gritar. Pronto sintió que sus órganos vitales habían sido alcanzados y que la sangre corría a chorros bajo su camiseta.

     Ni siquiera tuvo tiempo de girarse. Cuando quiso darse cuenta, un velo de oscuridad había caído sobre sus ojos.

     El camarero llegó un par de minutos más tarde. No había visto nada. No sabía nada. Llevaba el café en una mano, de hecho, presto a servirlo. La taza cayó al suelo. El café se desparramó. No iba a servir para mucho, desde luego, porque iba dirigido a un tipo cualquiera que, ahora, yacía sobre la mesa con un reguero de sangre que le salía de la boca y un auténtico torrente que llegaba, a través de sus piernas, al suelo.

viernes, 15 de julio de 2016

49.- Me encanta que los planes salgan bien

- ¿Has visto? Somos un equipo. El Equipo A -le decía Mel a Streller. Este miraba a otra parte. Hortensio, tres cuartos de lo mismo. No había muchas ganas de bromear.

Y menos aún cuando entró Gutiérrez, con gesto furibundo. Se sentó junto a los demás y dio un puñetazo en la mesa.

- Mierda -gritó. - Mierda, mierda, mierda... ¿Qué tenemos, Hortensio? Dime algo que no sepa, por favor.
- Me temo que voy a decepcionarle, Comisario.

Hortensio desplegó unos papeles sobre la mesa.

- Se diría que eligió una víctima a azar -continuó. - Lo único que quiere es matar. Le da igual a quien.
- Le busca a usted, Comisario -apuntó Streller.

Mel asintió. Hortensio también.

- ¿Ha vuelto a usar el imperdible?
- En efecto. Y, de nuevo, sujetaba un papel en el que estaba escrito su nombre. Gutiérrez. Sólo eso.
- No necesita más.

Los cuatro se miraron.

- Y ahora, ¿qué hacemos? -preguntó Mel.

Gutiérrez apretó los puños.

- Lo tenemos cerca. Nos observa. Se ríe de nosotros. Pero tarde o temprano atacará. A nosotros o a cualquier otro. Entonces hemos de aprovechar para sacarle ventaja. Estad atentos. Hay vidas en juego. Las vuestras, sin ir más lejos.

Todos se levantaron, menos Gutiérrez, que todavía permaneció sentado unos instantes, con la mirada perdida. Mientras dejaban la sala, pareció salir de un trance.

- Me fumaré un puro.
- ¿Cómo dice, Comisario?
- Cuando nos carguemos a ese capullo, me voy a fumar un puro. A mí también, Mel, me encanta que los planes salgan bien...

viernes, 29 de abril de 2016

48.- Al abrigo de la oscuridad

     Loli había salido tarde de la comisaría. Como casi siempre. La administrativa siempre era la última en abandonar el barco. Como un capitán, pero sin mando.

     Vio que era noche cerrada. Hacía frío. El peor momento para volver caminando a casa. Pero qué remedio.

     Loli maldijo la hora en que decidió que hacía una buena mañana y que acudiría al trabajo caminando un rato. Se prometió no volver a cometer el mismo error. Al trabajo, en coche, aunque haya un atasco incontrolable y un tiempo ideal para ir de pícnic.

     Había recorrido un par de calles cuando notó algo extraño. Un silencio más intenso de lo habitual, poco común en aquella zona de la ciudad incluso a esas horas. "Es ese silencio que, en las películas, no preludia nada bueno", se dijo. Todavía quedaba un buen rato para llegar a casa. Pensó en Gutiérrez y en Hortensio, en que habían pasado la jornada preocupados y dando vueltas al regreso del asesino del imperdible, en que hablaban de otro asesinato... otra vez...

     Entonces escuchó pasos. No vio a nadie. Se detuvo a escuchar. Sí, ahí estaban. Aunque ahora se detenían de nuevo. Loli tuvo entonces la certeza de que alguien la estaba siguiendo.

     Comenzó a caminar aprisa. Cada vez más rápido. Dobló un par de esquinas y los pasos, que continuaban siguiéndola, redoblaron también su intensidad y su eco. Entonces Loli echó a correr, con tacones y todo, y lo hizo como no recordaba haberlo hecho nunca, como solo corre quien teme por su vida.

     Cuando llegó a su portal, resopló de alivio.

     Todavía oyó que aquellos pasos se acercaban, los sintió al lado. Se detuvieron. Lo último que Loli oyó, justo antes de cerrar el portal, fue una risa divertida y demente que rompió el silencio de la noche y la paz de Loli que, desde luego, no iba a poder dormir.


viernes, 25 de marzo de 2016

47.- Streller al habla

     Streller se había quitado la gabardina y las gafas oscuras, se había preparado un aperitivo y se encontraba tirado en el sofá viendo la televisión. Alguna gansada insoportable de las que ponen por las noches.

     Pero es que, cuando se despojaba de su atuendo de trabajo y se tomaba un respiro, a Streller le gustaba ser como todo el mundo. Vulgar y aburrido. Seguro en su indefensión. Consumidor compulsivo de estupideces que ni él mismo entendía.

     Hasta que sonó el teléfono.

     Y no era un teléfono cualquiera. Era el teléfono de contactos.  El que sólo algunos privilegiados conocían. El que le abría las puertas de un mundo desconocido, excitante y lleno de peligros. El que le hacía sentir como un superhéroe que recibe una misión, como un espía que recibe un encargo. El que le mostraba al Streller que le gustaba de verdad, aunque a veces se negara a creerlo.

     Bajó el volumen del televisor, dejó a un lado el aperitivo y respondió la llamada.

     - Streller -dijo, anunciándose.

     Le contestó la voz de Mel. Le habló de asesinos que regresaban, de cazas organizadas, de investigaciones en proceso, del comisario Gutiérrez, que había solicitado su presencia. Streller necesitó unos segundos para asimilarlo. El comisario Gutiérrez, ese cabrón arisco, solicitaba su presencia. Aquello estaba tomando un cariz realmente atractivo.

     Mel no tuvo que decir mucho más.

     - Voy inmediatamente.

     Cuando le pedían ayuda, Streller siempre estaba. Cuando se olían problemas, Streller no fallaba. Cuando había que cazar a un asesino psicópata, Streller acudía raudo como un niño ante la llegada de un carrito de helados.

     Streller se levantó, se puso su gabardina, se calzó sus gafas oscuras y desapareció como una exhalación. Como sólo Streller, experto en mimetizarse con el entorno, podría hacer.

     El aperitivo se quedó en la mesa. La televisión, encendida. En esos momentos, unos concursantes obtusos daban saltos, hacían el ridículo y se convertían en el hazmerreír nacional con el objetivo de tener acceso a algún pírrico premio...

domingo, 28 de febrero de 2016

46.- Curtido en mil batallas

     - ¡Comisario, Comisario!

     Hortensio se recorrió el pasillo como un loco, tiró a la mujer de la limpieza, le derramó a Loli el café sobre su siempre impoluta camisa, se metió una hostia contra la fotocopiadora y se dio un cabezazo con el dintel de la puerta. Gutiérrez , desde el interior de su despacho, le miró con sorna.

     -¿Qué haces, Hortensio? ¿El cielo se está cayendo o qué?
     - Peor, Comisario, peor.
     - Es el Apocalipsis... llueve fuego y cuatro jinetes cadavéricos recorren las calles saltándose los semáforos.
     - Peor, Comisario. Mucho peor.
     - El asesino del imperdible ha vuelto a atacar.

     El ayudante se quedó pálido como un muerto.

     - ¿Cómo lo ha sabido, Comisario?

     Gutiérrez encendió un cigarrillo, aspiró una calada mientras representaba una pausa dramática y miró a Hortensio a los ojos.

     - Porque estaba claro como el agua. Porque un fugado con cuentas pendientes lo primero que quiere es resolverlas. Porque ese tío me odia, porque yo lo odio a él y porque estamos destinados a encontrarnos de nuevo. Estoy curtido en mil batallas, Hortensio, nunca lo olvides.
     - Por supuesto.
     - Llama a Mel, que llame a Streller, juntémonos todos. Esta vez vamos a saco, que ese capullo no se vuelva a escapar, ¿de acuerdo?
     - Será un placer.

     Hortensio salió sonriendo, orgulloso del Comisario y de la confianza que transmitía a sus subordinados. Lo que Hortensio no sabía era que Gutiérrez ya llevaba tiempo mosqueado con las llamaditas, que estaba curtido en mil batallas, sí, pero que cada una le había dado más asco que la anterior, y que, por más que trataba disimularlo, por más que actuaría con eficacia y se cargaría a ese desgraciado, estaba acojonado y, por dentro, temblaba como un flan.

domingo, 31 de enero de 2016

45.- El regreso de la bestia

     Treinta, treinta y una, treinta y dos...
   
     El puñal se clavaba con una facilidad pasmosa, impulsada por una rabia irracional e incontrolable. Como cortar una loncha de queso.

     Cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco...

     Disfrutaba como un niño mientras la sangre le salpicaba el rostro y se extendía por el suelo formando un charco que se confundía con la oscuridad del viejo callejón. La víctima hacía ya tiempo que había dejado de quejarse. Inerte como un pelele, probablemente había muerto hacía un rato, tal vez con el tercer puñal, que pretendía llegar al corazón y que, probablemente, había logrado su objetivo.

     Ni siquiera lo conocía. En realidad, fue el primero que pasó por la calle, escuchando música, lo suficientemente despistado como para no oír la amenaza que se aproximaba a su espalda. El primer ataque se produjo en el costado. El tipo se retorció, dio un grito y cayó al suelo. Por un momento, el asesino pensó que alguien lo habría oído, que tal vez hubiera sido descubierto, que tendría que haber empezado por taparle la boca a la víctima.

     Pero habían pasado unos minutos y nadie se había presentado. La labor estaba a punto de ser finalizada con éxito.

     Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve, y sesenta.

     Ya estaba listo. Sesenta puñaladas diseminadas por todo el tronco, desde el cuello a la cintura, desde un costado al otro. Que la policía forense se entretuviera contándolas. Era el momento del gran colofón.

     El asesino sacó de su bolsillo un imperdible, lo clavó en un párpado de la víctima, y enganchó en él un pequeño pedazo de papel.

     La rueda comenzaba de nuevo a girar. No había sido un adiós, sino un hasta luego. Le entraron ganas de reír a carcajadas, pero había llegado el momento de abandonar la escena del crimen. El asesino del imperdible había vuelto...