miércoles, 18 de diciembre de 2013

27.- Evasión y victoria

     Hay gente que tiene la virtud de evadir su mente en momentos de aburrimiento supremo o desagrado. Ese tipo de gente, afortunada sin duda, desarrolla mundos interiores riquísimos mientras, por ejemplo, trabaja en una fábrica, circula en metro o espera en la antesala del traumatólogo. Quizá no sean muchos y, tal vez por eso, conforman personalidades particulares.
   
     El comisario Gutiérrez, desde luego, no era de esos. Nada más lejos de serlo, de hecho, harto como estaba de llevarse el trabajo a casa y de padecer la intromisión en su vida de gente sin escrúpulos y, en general, de consumados estúpidos. Aquella vez, sin embargo, mientras esperaba a su segundo candidato, logró abstraerse de la deprimente situación en la oficina y de imaginarse un contexto diferente.
   
     Imaginó, de hecho, una conversación con Mel. No es que Mel fuera su personaje más admirado, pero era un panoli con gracia a quien divertía fastidiar. Lo imaginó en la oficina, precisamente, lo cual demuestra, de un lado, la escasa inventiva de Gutiérrez y, de otro, la importancia que tenía aquel cuartucho del demonio en su vida y, por lo que se veía, en su psique.

     - Oye, Mel, ¿sabes lo que he oído? -decía Gutiérrez.
     - ¿De qué se trata, señor Comisario?
     - Un caso curioso, tal vez te interese documentarlo, ya sabes, para los noveluchos esos que dices que escribes.

     Mel arqueaba una ceja, tragándose la ofensa con el fin mayor de obtener la información deseada.

     - Ha sido en un parque, al otro lado de la ciudad. Dos niñas que jugaban han encontrado una cabeza enterrada allí, junto a un banco.
     - ¿Una cabeza?
     - En efecto, una cabeza. Decapitada. Vieron arena removida y se acercaron, ya sabes, las niñas son como los gatos, siempre metiendo las narices donde no les llaman. Y empezaron a escarbar. Cuando se dieron cuenta, tenían ante ellas una cabeza humana, sucia, llena de tierra, pero enterita...
     - ¡Qué desagradable!
     - Y eso no es lo peor...
     - Ah, ¿no?
     - Ni mucho menos. Las niñas no solo no salieron espantadas, sino que que se quedaron mirando la cabeza, toqueteándola, yo qué sé qué tipo de ideas pasan por la cabeza de esa gente...
     - ¿De los niños, dice?
     - De los niños. Y, ¿sabes qué?
     - ¿Qué? -Mel abrió aún más unos ojos llenos de interés.
     - Pues que la cabeza aún respiraba, ¿te lo imaginas? Aún respiraba... y dicen que hasta empezó a toser...
     - ¿En serio?
     - Eso dice el informe, por lo visto. Pulula por ahí. Yo de ti ya estaría investigando...
     - Claro, comisario, ya mismo voy a preguntar en ventanilla...

     Entonces Mel salía corriendo y Gutiérrez se partía de la risa, qué tío más inocente, este Mel, vaya crío, cuando Eulalia le despertaba de su ensueño...

     - Comisario, ¿está bien?
     - Claro, Lali, ¿qué quieres?
     - El segundo candidato...
     - Ah, sí, que pase...

     Vuelta a la cruda realidad. Aunque efímera, porque Gutiérrez vio entrar a un jovenzuelo de aspecto chulesco y pelo de pincho, un yogurín recién salido de la academia, seguro, que encima le soltó algo así como:

     - ¿Qué pasa, jefe?
     - Fuera.
     - ¿Cómo?
     - Fuera de mi vista.
     - Bueno, tío -dijo el imberbe insolente. - Ya me voy... joder, para eso no vengo...

     Pues que no hubiera venido, pensó Gutiérrez. Anda que despertarle de sus ensueños con gilipollas como ese. ¿A quién se le ocurrió la genial idea de presentarlo a candidato a ayudante? Y eso sí, especialmente, que quede claro que ningún nuevo ayudante va a osar llamarle "jefe". Que ni se le ocurra, porque no dura ni un suspiro...


domingo, 10 de noviembre de 2013

26.- La entrevista

- A ver, pasa...

     El primer candidato entró en el despacho del Comisario Gutiérrez. Allí encontró al propio comisario, sentado tras la mesa, fumando un cigarrillo y con cara de muy pocos amigos. "Ninguno", pensó, de hecho, el candidato.

     Gutiérrez, por su parte, pensaba por qué narices tenía él que estar allí entrevistando a tres pánfilos recién salidos de la academia, qué tipo de sistema era ese que le dejaba a él la oportunidad de seleccionar, para eso hubiera sido mejor que le hubieran asignado un ayudante de oficio. Seguramente, sería igual de malo que cualquiera de los tres entre los que se veía obligado a elegir. Joder, si ya Eulalia hacía bien el trabajo... Además, el recuerdo del Morales todavía la escamaba la piel y le hervía la sangre.

- ¿Nombre?
- Eustaquio Díaz.
- ¿Años en el cuerpo?
- Dos meses.
- ¿Dos meses? -Gutiérrez carraspeó. - Un poco verde, ¿no?
- Para eso estamos aquí, señor. Será un honor trabajar a su lado.
- No lo creo.
- Por supuesto que sí, señor. Una celebridad como usted...

     Ya estábamos otra vez con lo de la celebridad. Eso también le hervía la sangre, casi tanto como el recuerdo del Morales. Como volviera a sacar el tema, pensaba poner a ese mojigato de patitas en la calle de un puntapié en el trasero.

- Esto no es un juego de niños, lo sabes, ¿verdad?
- Claro, señor, pero a su lado cada día puede ser una valiosa enseñanza.

     ¿Una valiosa enseñanza? El Eustaquio Díaz este ya empezaba a caerle gordo. Pelota, lameculos e inepto, seguro. Gutiérrez ya tenía calado a ese tipo de gente. El problema, además, es que el tipo continuaba hablando.

- Su tenacidad, su profesionalidad, Comisario, su perspicacia. Será un honor aprender de usted.
- Pero no estás aquí para aprender, nene, sino para ayudar.
- Por supuesto, siempre de su lado. No voy a ser como mi antecesor en el cargo, y menos ahora que todos en la ciudad saben quién es usted.

     Gutiérrez ya había tenido suficiente. Una referencia a Morales y otra a la prensa en la misma frase. Su gesto cambió de hastiado a enfadado, sus puños se crisparon y sus cejas se acercaron conformando un ceño de apariencia temible.

- Fuera -espetó al candidato.
- ¿Perdone, señor?
- Fuera, ya he tenido suficiente.
- ¿Me avisarán?
- Lo dudo. Váyase.
- ¿Adónde?
- A hacer puñetas, si quiere, pero salga de mi despacho.
- Claro, señor, ha sido un honor hablar con usted.
- Que se vaya ya, hombre...

     Iba a tener que hacer algo con esa supuesta fama suya. Eso de que todos supieran que su ayudante se estuvo riendo de él, que fue incapaz de evitar un puñado de asesinatos cometidos delante de sus narices y que encima jugaron con él al gato y al ratón le sacaba de quicio. Y que encima pretendan todos alabarle por ello se le hacía insoportable. Iba a tener que hacer algo. O se acostumbraba, o la rutina en comisaría se le iba a hacer muy difícil.

     En cualquier caso, ya empezaba mal el día. Y este estúpido era el primero, todavía quedaban dos. Maldita sea, ya estaba de mala hostia.

- Siguiente...

miércoles, 30 de octubre de 2013

25.- Joyas por valor de un puñado de dólares

- Así que usted es el propietario del establecimiento, ¿no?
- En efecto.
- Y su nombre es...
- Andrés Gómez.
- De ahí el nombre de Gómez Joyeros y Asociados, ¿no?
- En efecto, se nota que eres un tío avispado.
- Usted.
- No, no, usted más.
- Digo que me llame de usted.
- Ah, perdone.

     Gutiérrez había obviado el fondo sarcástico del comentario sobre el tío avispado, había decidido recalcar la ausencia del "usted" y se había mordido la lengua para no soltar la palabra "capullo" después de la última frase. El tío, en cualquier caso, lo hubiera merecido, porque de lo que Gutiérrez estaba convencido era de que se encontraba ante un capullo de campeonato. Un nuevo rico venido a más en el negocio de las joyas, a saber con qué métodos. El pelo engominado y peinado hacia atrás, las patillas cuadradas y adelantadas, el olor a colonia cara y el nudo impecable en su corbata lo delataban. El hecho de que le hubieran robado un puñado de millones en joyas era, para Gutiérrez, lo de menos. Pero tenía que hacer su trabajo, qué remedio.

- ¿Podría hablar con sus asociados?
- ¿Asociados? ¿Qué quiere decir? El propietario soy yo. Gómez Joyeros soy yo.
- Gómez Joyeros y Asociados, ¿no?
- Ah, eso... "Asociados" no significa nada. No hay asociados.
- ¿Y entonces? ¿Ese nombre?
- No querría que le pusiera sólo Gómez, ¿no? Gómez no tiene tirón...

     Gutiérrez resopló y se mordió la lengua por enésima vez.

- Voy a salir un momento, ¿de acuerdo? Necesito tomar el aire.
- Y reflexionar, ¿no? Como Sherlock...

     Pero, ¿es que el figura este no se callaba ni debajo del agua? Gutiérrez salió a la puerta y se encendió un cigarrillo. Ladrón de guante blanco. Sin cerraduras forzadas, sin alunizajes espectaculares, aparentemente sin huellas. Se lo tenía bien merecido el Gómez este. Vaya personaje. Gutiérrez pensó que no le hubiera comprado una joya ni loco.

     A las dos caladas asomó la cabeza, tan impertinente como siempre. Miró a Gutiérrez, como escaneándolo con sus ojos de pato enclenque. Luego preguntó:

- Oiga, usted es Gutiérrez, ¿verdad?
- ¿Es que no me he presentado antes o qué?
- Sí, sí... me refiero a que es usted el comisario Gutiérrez, el del asesino del imperdible...
- ¿Cómo? -Gutiérrez se puso morado, el humo se le agarró a la garganta y empezó a toser. - ¿De qué coño está hablando? -dijo en cuanto pudo.
- Lo he visto en las noticias... buen trabajo, comisario.

     Gutiérrez resistió la tentación de soltarle un revés al Gómez y reírse de sus joyas y de sus patillas de bandolero. Estaba viejo. Se sentía viejo. En otro momento hubiera comenzado a soltar una sarta de improperios y mandobles que hubieran apaciguado los ánimos del señorito.

     En aquel instante, sin embargo, se limitó a maldecir a todos los demonios y blasfemar de todas las formas posibles. Se preguntó cómo habría llegado el asunto a la prensa. Comprendió que, si alcanzaba fama de personaje público, la cosa se iba a poner fea. Le dio al cigarro tal calada compulsiva que casi se fuma media colilla.

jueves, 5 de septiembre de 2013

24.- Epílogo / Prólogo

- Creo que somos un buen equipo, Comisario.
- Déjame en paz, niñato creído. No me amargues.

Gutiérrez tenía muy claro que no iba a decirle a Mel nada que pudiera provocarle una subida de humos. Nada de "buen trabajo", nada de "has sido útil", nada de "volveremos a trabajar juntos". Ni de coña. Para qué...

- Toda esta historia me va a ayudar en la próxima novela, ¿sabes? Ya la tengo muy avanzada. Noto el aliento del editor en el cogote, pero el desenlace del caso del asesino del imperdible es realmente novelístico, ¿no le parece?
- ¿Vas a novelar toda esta mierda?
- Cambiando los nombres y las situaciones, por supuesto.
- Eso espero, por tu bien -contestó Gutiérrez, dando una calada profunda al cigarrillo. - Lo último que querría es ver mi nombre en los escaparates de las librerías.
- Tranquilo, Comisario, me hago cargo.

Gutiérrez no contestó. Estaba de todo menos tranquilo. "Asqueado" sería una buena palabra para definir su estado de ánimo. Y la exaltada felicidad del escritor no le ayudaba lo más mínimo. Le ponía tenso y acrecentaba su desconfianza.

Iba a decir finalmente algo no muy agradable cuando llamaron a la puerta y entró Eulalia. Desde que Morales había salido rana la secretaria de la comisaria se encargaba de la transmisión de mensajes en línea directa.

- Comisario, un nuevo caso. Robo en una joyería. Robo de los gordos, joyas por valor de varios millones.

El rostro de Mel se iluminó. "Nuevas aventuras", parecía querer decir. El de Gutiérrez, sin embargo, se agrió. "Más basura", pareció pensar.

- Ah, Comisario, y no olvide que mañana vendrán los tres candidatos designados por la Sede Central para ocupar la vacante de ayudante. Tendrá que entrevistarlos y elegir.
- Joder -dijo Gutiérrez como única respuesta. - Largaos de aquí, anda, los dos. Dejadme solo.

Gutiérrez, mientras le daba un trago a la petaca, pensaba en que necesitaba unas vacaciones, en que si pudiera se jubilaba al día siguiente, en que mañana tendría que estar allí, de nuevo, soportando a inútiles e impertinentes, después de otra noche sin dormir...

domingo, 11 de agosto de 2013

23.- Frente a frente

Así que allí estaba. Ante el jodido asesino del imperdible. El que dejaba enganchado a sus víctimas un papelito con su apellido. El que, según todos los testigos, tenía la cara más común del mundo. Y era Morales, su subordinado, el aprendiz, el tipo más pánfilo y mojigato que había conocido nunca, y eso que había conocido muchos...

La sala de interrogatorios no era mayor que el cuarto trastero de un bar de mala muerte. Tampoco hacía falta más para intimidar a los detenidos. Tampoco había mucho que interrogar, en este caso. Morales había sido apresado en plena faena, como diría un castizo. Joder, iba a cargarse al abogado ese... joder, si ya había confesado...

- Así que, Moralitos, se te acabó el rollo.

Morales seguía soniendo en silencio. Maldita sea, no había dejado de sonreír desde que lo habían detenido. Gutiérrez pensó que parecía otro, esa sonrisa demente no era la sonrisa del inútil ayudante. "Cómo cambia la gente", se dijo Gutiérrez. "Nunca terminas de conocer a nadie...".

Como a Streller. Gutiérrez no terminaba de fiarse de él. Era descarado, entrometido, un cotilla de mucho cuidado guiado por quién sabe qué intenciones ocultas. Pero le había sido útil. Aquella entrevista en el parque, aquellas palabras susurradas al oído ("fíjese, Comisario, en quien más le frecuenta"), le habían puesto sobre la pista. Y también tenía algo que agradecerle a ese proyecto de escritor, ese Millán, o Mel, aunque llegara recomendado por Streller. Gutiérrez había llegado a la conclusión, ya la noche anterior, de que contaría con ellos en el futuro, aunque con cautela. "Hay que tener amigos hasta en el infierno...".

Gutiérrez se encendió un cigarrillo. Le ofreció otro a Morales, con sorna, sabiendo que este no fumaba. Sin embargo, Morales lo aceptó. "Esquizofrenia", concluyó Gutiérrez. "El Morales malo sí que fuma...".

- Así que cuatro asesinatos, ¿no, Morales? Cuatro víctimas solamente... pues vaya asesino en serie de pacotilla que eres... bien pronto te hemos cazado...

Morales permanecía impasible, sin borrar esa desconcertante mueca, similar a una sonrisa, ni para dar caladas al cigarrillo que Gutiérrez le había ofrecido.

- El Navajas, el tipo del día de la tormenta, el que tiraste desde el puente, el del bar...

Morales entonces reaccionó, como si hubiera sido herido en su orgullo.

- El del puente se suicidó, gilipollas -dijo. Hasta su voz parecía diferente de aquella voz tímida e infantil del Morales cotidiano. - Que ni para eso sirves...

Gutiérrez sopesó hasta qué punto podía aquello ser verdad. Hasta los psicópatas tienen un punto de vanidad, desde luego. Un punto enorme. No les vale con ganar el juego; tienen que predicarlo a los cuatro vientos. "Un papelito con mi nombre... recomendaciones para ir a buscar al Navajas... si es que quería que le cogiera, coño".

- ¿Solo tres, entonces? Pues vaya mierda... -no hay nada para enfurecer a un vanidoso como minimizar sus logros. Y Gutiérrez quería, desde luego, enfurecer a Morales.
- ¿Solo tres? -dijo Morales a gritos. - ¿Solo tres? Imbécil, inepto... ¡Tres que tú sepas! Tres desde que llegué a la conclusión de que eres tan inútil que había que ponerte avisos en los cadáveres para que te enteraras.
- ¿Ha habido más, acaso? -preguntó el Comisario en tono de burla, escondiendo, quizá, el temor que comenzaba a invadirle. Temor a que, al fin y al cabo, Morales hubiera triunfado.
- Ha habido decenas de ellos, algunos olvidados, otros ocultos, otros resueltos de forma equivocada...

Morales entonces rió con ganas. Gutiérrez calló, impávido. ¿Decenas? Vaya farol...

- ¿Y Eva, qué? ¿Ya no te acuerdas de Eva? Caso abierto... ¿eh? Que te jodan, Gutiérrez, no he disfrutado nunca tanto acabando con una vida...

Gutiérrez quedó petrificado. Perdió los nervios. El cigarrillo cayó de su boca al suelo, y ni siquiera se molestó en recogerlo. Eva... Algo le decía que ahora Morales no mentía. Eva, su Eva...

Cuando Morales dejó de reír, un rato después, Gutiérrez aún no había sido capaz de moverse. Sus ojos, eso sí, despedían llamaradas de furia...

jueves, 1 de agosto de 2013

22.- Un mazazo

- Así que aquí estamos, al fin, frente a frente...
- Cállate, gilipollas. Te acabo de pillar "in franganti", así que nada de frente a frente, tú calladito, y responde solo cuando yo te pregunte...

Morales no mostraba sorpresa. "Haciéndose el duro", pensaba Gutiérrez, porque suponía que debía de estar acojonado. Atrapado en pleno acto delictivo, un pánfilo como Morales...

- ¿Cómo me has descubierto?
- Que te calles, joder -le intimidó Gutiérrez. - ¿Qué te creías, que no te iba a descubrir? ¿A qué jugabas, panoli? ¿Pensabas que no iba a sospechar de ti porque eras mi ayudante? No me toques las narices, chaval...

Morales sonreía, esa sonrisa despreocupada que a Gutiérrez, cuando la veía en los delincuentes, le sacaba de quicio.

- Eres un estúpido, Gutiérrez, lo has sido siempre. Has estado siguiéndome, ¿verdad? Bueno, ¿y qué? ¿Piensas que no sabía que ibas a terminar por caer en la cuenta? Eres tonto, Gutiérrez, muy tonto, pero al final te lo he puesto tan fácil...
- ¿Qué quieres, Morales?

Morales se mordió el labio inferior. Gutiérrez sacó de su chaqueta un paquete de cigarrillos y encendió uno...

- Fumando hasta el último momento, ¿eh?
- ¿Qué ultimo momento ni hostias? Quedas detenido, Morales, por un puñado de asesinatos... -dijo Gutiérrez, pero no se movió del sillón de cuero, pulcro y cómodo, que ocupaba.

Morales rió de buena gana.

- Venga, necio, detenme. No has avisado a nadie en comisaría, ¿verdad? Claro, un trabajo discreto, se trataba de cazar a tu ayudante, y por tu ayudante pasan todos tus asuntos, ¿eh? Estamos tú y yo, inútil...

Morales echó mano al bolsillo de su chaqueta. "El cuchillo", pensó Gutiérrez. "El mismo que iba a utilizar para matar al abogado". Sin embargo, permaneció inamovible. Iba Morales a avanzar a dirección a Gutiérrez, no obstante, cuando algo le golpeó en la cabeza con tal fuerza que le hizo caer de bruces, inconsciente, sangrando por una oreja.

- Joder, Mel -suspiró entonces Gutiérrez. - Un poco más y dejas que me clave la punta del cuchillo en el pecho.
- Todo controlado, señor Comisario. Es que estaba interesante la conversación, creo que la voy a transcribir tal cual en mi próxima novela...
- ¿Intere... qué? Venga, Mel, no me jodas -Gutiérrez se abrió de brazos y miró al cielo con gesto teatral. - Pero, ¿es que no voy a poder contar nunca con un ayudante decente?

viernes, 26 de julio de 2013

21.- El asesino del imperdible

"El asesino del imperdible" debía haber notado que el barrio se encontraba más tranquilo de lo normal, y debía haber intuido que algo iba mal. Pero no lo hizo. "Cuanta menos gente, mejor", pensó, y continuó con su plan.

"El asesino del imperdible" debió haberse mosqueado cuando encontró el portal abierto, y cuando aquel extraño portero le franqueó el pasó sin ponerle objeción alguna. Pero no lo hizo. "Tengo un rostro muy común y nada sospechoso, todos los testigos así lo afirman", pensó, y tomó el ascensor.

"El asesino del imperdible" debió haber abortado el plan de asesinato en cuanto vio que la puerta del tercero B en la que vivía el abogado Urdiales se encontraba abierta. Pero no lo hizo. "Jamás ha sido tan fácil cometer un asesinato", se limitó a pensar, cayendo en el ingenuo error de creer que el azar se había puesto de su lado, cuando todos saben que en el juego de buenos y malos, de policías y ladrones, la fortuna es, siempre, un enemigo del que hay que sospechar.

Así que "el asesino del imperdible" entró en la casa del abogado Urdiales, cruzó el vestíbulo, el salón, vacío y a oscuras, y se acercó al despacho, en el que brillaba una tenue luz. Sacó el cuchillo de su chaqueta y lo empuñó mientras se dirigía al abogado que, de espaldas a él, trabajaba en su mesa revolviendo papeles.
Solo dio un par de pasos más. Una luz se encendió, la puerta se cerró a sus espaldas y el abogado se giró en su silla. No tenia bolígrafo, tenía una pistola. No era el abogado, de hecho; era el comisario Gutiérrez.

- Ya te tengo, Morales, hijo de la grandísima... -le espetó mientras le apuntaba.

Y Morales pensó en maldecir a los dioses, en clavarle a Gutiérrez ese cuchillo en el pecho que debía haberle clavado hacía ya meses, en salir corriendo, en rebanarse a sí mismo el gaznate, allí, donde estaba, y ahorrarse la charla victoriosa de Gutiérrez y todo el proceso posterior. Pero no lo hizo.

Morales, como haría todo psicópata que se precie, mantuvo la calma y no dijo una palabra. Sonrió, eso sí, mirando fijamente a la persona que más odiaba en el mundo y que, lamentablemente, le había ganado la partida...

martes, 16 de julio de 2013

20. Movimiento de peones

     El comisario Gutiérrez se retorcía en la silla. Dios, cómo odiaba este tipo de cosas... cómo las odiaba, de verdad... Encendió un cigarrillo con la colilla del anterior y miró a su interlocutor a la cara.

    - A ver, repíteme otra vez quién eres y qué quieres, porque creo que aún no lo he comprendido bien...

     Frente a él se sentaba un jovenzuelo escuchimizado, de greñas alborotadas, barba descuidada, zapatos deportivos y gafas de pasta. Justo ese modelo de bohemio haragán en el que Gutiérrez no confiaría en la vida.

     - Me llamo Mel, señor Comisario. ¿Puedo llamarle...?
     - Señor Comisario está bien -cortó Gutiérrez tajante antes de que el zascandil se le subiera a las barbas.
     - Pues eso... soy escritor, y me envía Streller para ofrecerme como colaborador.

     El comisario se volvió a retorcer. ¿Qué coño estaba pasando allí? ¿Dónde había quedado la jerarquía? ¿Es que ahora todo Cristo iba a pretender meter baza en sus asuntos?

     - Bueno, a ver, jovenzuelo... en primer lugar... Mel de qué viene, ¿de Melanie, de Melendi?
     - No, señor. De Millán.
     - ¿Y cómo puede venir de Millán?
     - Queda mejor que "Mil", ¿no cree?

     El niñato encima se atrevió a sonreír ante su propio chiste; cosa, por supuesto, que ni por asomo hizo Gutiérrez.

     - Y, ¿en qué dice Streller que me puedes ayudar, yogurín?
     - Verá, soy escritor de novelas de misterio...
     - Ya. Como Richard Castle, ¿no?
     - ¿Quién?
     - Nadie. Sigue.

     Mel carraspeó un poco, incómodo. Gutiérrez lo notó, y no le importó lo más mínimo.

     - No... es que soy especialista en meterme en la piel de asesinos como aquellos con los que usted tiene que tratar...
     - ¡Ah, coño! ¡Como Patrick Jane!
     - ¿Quién?
     - ¡Como El mentalista, joder! ¿Es que no ves la tele o qué te pasa, alfeñique?
     - Pues no...

     Desde luego, la juventud cada vez iba a peor... Gutiérrez decidió acabar pronto con el tema.

     - Mira, chaval. Primero, no voy a fomentar tus delirios de grandeza; segundo, no me fío de Streller -aquí Gutiérrez pensó, aunque no lo dijo, en la valiosa información que Streller le había proporcionado en el parque escasos días antes. - Tercero, yo trabajo solo. Así que si quieres, déjame tu número y a lo mejor te llamo, pero no esperes gran cosa...
     - Señor Comisario, gracias. Aquí tiene mi tarjeta -Gutiérrez alucinaba. Un nene aprendiz de escritor con tarjeta propia... - Llámeme cuando quiera. Ah, y por cierto, hace bien en no fiarse de Streller. Yo tampoco lo haría.
     - ¿Pues no se supone que Streller es tu amigo?
     - No sé si llamarlo amigo... lo conozco bien, eso sí... por eso se lo digo...

     Cuando Mel salió del despacho, Morales asomó la cabeza...

     - Jefe... ¿quién era ese tipo? No me fío de él.
     - Coño, Morales, nadie... ¡Lárgate, anda, que no estoy para monsergas! Y te he dicho no sé cuántas veces que no me llames "jefe"...

     Pero, ¿es que aquí nadie se fiaba de nadie? Hacían bien, desde luego. Gutiérrez cada vez tenía más claro que allí nadie era quien decía ser. Eso sí, al Mel este le daría un toque... sin que se le suban los humos esos de escritorzuelo... pero le vendría bien. Las informaciones de Streller le habían llevado a urdir un plan, y un plan necesita gente que lo lleve a cabo...

     Por fin estaba solo, así que sacó el vodka del cajón de su mesa y echó un buen trago...