domingo, 13 de diciembre de 2015

44.- Ring, ring

- Ring, ring.

Otra vez el teléfono sonando.

- Ring, ring.

Gutiérrez se muerde las uñas, se mesa los cabellos, da un puñetazo en la mesa.

- Ring, ring.
- ¿Qué quieres, gilipollas? ¿Quién eres? Ya estoy hasta los cojones de ti y de tus llamaditas. O me dejas en paz desde ya mismo o te voy a encontrar y te voy a reventar la cara a hostias, cabrón de mierda.

Silencio al otro lado de la línea.

- ¿Me oyes, capullo?

Entonces sucede algo que no había sucedido en ninguna de las llamadas anteriores, del centenar aproximado de llamaditas pesadas que Gutiérrez había estado recibiendo a diario. Gutiérrez oye algo. Algo de fondo, un sonido sutil, casi inaudible.

Parece una risa, contenida e histérica.

Gutiérrez cuelga el auricular del teléfono con un golpe brusco, coge el aparato y lo tira a cualquier parte. El aparato vuela y rompe una de las vitrinas del salón, la que contenía las copas de champán. Pocas de ellas quedan con vida.

A la mierda. A la mierda todo.

El asunto se empieza a hacer insoportable. Gutiérrez decide que ya va siendo hora de entrar en acción. Casi preferiría una amenaza, un atentado, un anónimo. Esta estrategia de las llamadas telefónica le saca de quicio. "Exactamente lo que pretenden", piensa.

Pero eso se ha acabado. Mañana comienza a buscar al culpable. Y, curiosamente, sabe por donde empezar. Un nombre resuena en su mente... esa risita... Morales... Morales...

domingo, 4 de octubre de 2015

43.- Haciendo amigos

- Hola, guapo, ¿qué te pongo?
- Vodka.
- ¿Con limón?
- Déjate de mariconadas, Vodka solo. Uno doble.
- ¿Con hielo?
- Solo. Doble.
- Vale...

     Gutiérrez no estaba para camareras inquisitivas. Aunque esta no estaba nada mal. Se fijó en el escote mientras le servía la bebida. Generoso. Agradable a la vista. Esta camarera sabía lo que se hacía.

- Te estoy viendo, guapo.
- ¿Eh? -respondió Gutiérrez despertando de la ensoñación. No dijo nada más.

     Ella sonrió y se dedicó a otras labores tras la barra.

- Oye, guapa...
- ¿Sí?
- ¿Tú que piensas cuando suena tu teléfono pero, al descolgarlo, nadie responde? ¿Y si eso sucede repetidamente?

     No tenía que haberlo dicho. Lo sabía. Pero no podía evitarlo, tenía que contárselo a alguien...

- ¿Me estás tirando los tejos?
- ¿Tú que piensas?
- Pues no me gusta, que quieres que te diga... Preferiría que alguien hablara al otro lado.
- Exacto.

     Eso era. No le gustaba. A nadie le gusta. Tampoco a él. Algo iba a pasar, algo desagradable... Ese tipo de intuiciones no se le daba mal...

- Gracias. ¿Cuánto es?
- ¿Eso es todo? ¿No me vas a pedir el número de teléfono?
- En otra ocasión...

     Gutiérrez fue directo a la comisaría. Con un vodka doble en el cuerpo. La situación se ponía tensa, y las tensiones no le gustaban lo más mínimo...

lunes, 31 de agosto de 2015

42.- Al otro lado de la línea telefónica

     Otra noche solo en casa, frente al televisor apagado, con una botella de vodka ya medio vacía y un cenicero ya medio lleno. Cómo odiaba Gutiérrez esas noches de asueto, esas horas perdidas. Eran tiempo de fantasmas, de recuerdos dolorosos que pasaban frente a él como un cortejo fúnebre para avisarle de que todavía no se habían ido del todo.
   
     Gutiérrez, entonces, imaginaba a todos sus compañeros de comisaría en casa, con sus familias, disfrutando de grata compañía y una cena abundante, sonriendo a sus hijos y agradeciendo aquellos momentos de tranquilidad después de una dura jornada.

     Él, si pudiera, pasaría las veinticuatro horas de cada día del año reventando capullos a tiros.

     Viene Eva, se planta delante de él y lo observa. Gutiérrez sabe que esta muerta, aún la recuerda colgando de una sucia cuerda en aquel almacén abandonado. Cabrón. Le reventaría el cráneo. Sabe que está muerta y, sin embargo, agradece su visita. Su mirada trasluce empatía, no conmiseración. Eva sigue ahí, y espera algo de él.

     Suena el teléfono. Gutiérrez se incorpora y Eva ya se ha ido. Ella y todos los fantasmas que estaban a la cola. El teléfono sigue sonando. Gutiérrez se enciende un cigarrillo de forma compulsiva. Le duele enormemente la cabeza. Pese a ello, mata el último trago de vodka.

     El teléfono sigue sonando, histérico. Gutiérrez lo descuelga. Pregunta quién es. No se oye nada. Sólo silencio. Gutiérrez vuelve a preguntar y el silencio continua. Cree oír de fondo una risita desagradable, luego alguien respira. Entonces, la llamada se corta.

     Gutiérrez se tumba en el sofá y se queda dormido. No tendrá sueños bonitos, no dormirá bien, pero el día llegará así antes y, para la resaca, nada mejor que un buen trago recién abiertos los ojos...

lunes, 29 de junio de 2015

41.- Dos hostias bien dadas

     El chuleta de Gómez no le aguantó el tirón a Gutiérrez ni cinco minutos. Cuando le vio entrar bufando como un bisonte y con ojos de loco debió de pensar que le iba a moler a hostias, igual porque simplemente tenía un mal día, y que a él, un pobre y honrado ladrón de guante blanco, le iba a tocar pagar el pato. Y, en parte, Gómez tenía razón.

     Así que Gutiérrez entró en la sala de interrogatorios con unas ganas enormes de partirle la cara a alguien. Al que había dejado escapar a Morales, por ejemplo; al propio Morales, desde luego; o al primero que se le pusiera por delante que, en este caso, era Gómez.

     Cuentan los testigos que el momento fue épico, y cuando se dice "testigos" se quiere decir Hortensio, que acompañaba a Gutiérrez y que luego, al narrarlo, compararía la furia de Gutiérrez con la de un Aquiles con aliento de vodka y de tabaco rubio.

     En la práctica no fue para tanto. Gómez ya estaba asustado antes de que Gutiérrez le diera aquella "caricia" en la mejilla. Luego, empezó a cantar de plano y las ansias de desahogo de Gutiérrez quedaron frustradas. Confesó que se había robado a sí mismo con la idea de cobrar el seguro, que las joyas estaban en una nave industrial propiedad de la empresa y hubiera confesado ser el asesino de la madre de Bambi si Gutiérrez hubiera querido.

     Lo mejor era que la confesión confirmaba lo que ya todos intuían, lo que había chivado la vieja vecina de la joyería, y lo que Mel y Streller habían visto en el polígono.

     - Definitivamente, Hortensio, este tío era gilipollas.
     - Ahora será un gilipollas entre rejas.

     Gutiérrez suspiró. Inmediatamente se encendió un cigarrillo y se aclaró la garganta, como si se hubiera sentido avergonzado de su fugaz muestra de sensibilidad y melancolía.

     - Y ahora, ¿qué tenemos, comisario?

     "¿Ahora?", pensó Gutiérrez. "La que se nos viene ahora sí que es buena...". Y aspiró una calada bien profunda.
   

sábado, 16 de mayo de 2015

40.- Levantarse o morir

- Mierda...
- Comisario.

     Gutiérrez oía una voz lejana. Emitida en la distancia. Algo ajeno pero que parecía llamarle a él, reclamar su atención sin motivo aparente.

- Joder...
- Comisario....

     La voz insistía. Parecía acercarse. Al menos, podía oírla con mayor nitidez. Comenzaba a irritarle.

- Me cago en...
- ¡Comisario!
- ¿Qué? ¡Por Dios! ¿Qué quieres? -gritó Gutiérrez, casi sumido en una desesperación esquizofrénica, clamando al cielo y deseando que aquella voz dejara de atormentarlo.

     Luego se fue calmando, los objetos de su entorno fueron recuperando su forma, volviendo al estado material que parecían haber abandonado. Entre estos objetos pareció emerger Hortensio como procedente del mundo de los sueños, de una dimensión diferente.

- Comisario, ¿se encuentra bien?

     Gutiérrez asintió con dificultad.

- Verá, Comisario... Gómez está aquí.
- ¿Quién?
- Gómez.
- ¿Quién? -repitió como ausente.

     Hortensio suspiró.

- Gómez, de Gómez y Asociados, el sospechoso de robarse a sí mismo. Tenemos que conseguir que confiese, acorralarlo... Comisario, ¿seguro que se encuentra bien?

     ¿Cómo coño se iba a encontrar bien? Morales estaba fuera, se había escapado. Ese desequilibrado se había escapado, y seguro que iba a buscarlo. No iba a volver a estar bien hasta que ese capullo volviera a estar entre rejas... o muerto...

- Comisario...
- Que sí, Hortensio, que sí, joder... voy a reventar a hostias a ese capullo...

     Gutiérrez se levantó entonces como una exhalación y salió en dirección a la sala de interrogatorios. Hortensio apenas pudo comenzar a decirle que no hacía falta reventar a hostias a nadie, que tampoco era el procedimiento legal y que, de paso, no se le veía en condiciones de dirigir un interrogatorio...

sábado, 11 de abril de 2015

39.- La peor noticia jamás contada

- Ponme un chupito de vodka.

     Gutiérrez estaba un poco harto de todo. Llevaba un día de perros. Ya no sabía si era peor tener que aguantar a sus ayudantes o pasar la mañana solo. Mal asunto. Cuando un hombre no soporta a quienes le rodean pero tampoco se soporta a sí mismo, es que tiene un problema.

     Pero esos instantes de calma que proporcionaba el vodka mañanero en el bar de la esquina no iban a durar demasiado. De momento, y como una flecha, entró Hortensio.

- Comisario, he encontrado algo. El joyero tiene un almacén en un polígono industrial de las afueras. Tiene todo bastante sentido. El material, por supuesto, está asegurado. Quien más gana con el robo es, curiosamente, la víctima.
- El amigo Gómez de víctima tiene poco...

     Iba a decir Gutiérrez que Mel, que seguía a Gómez, traería más información, cuando este y Streller entraron en el bar. No iban como flechas, sino como auténticos aviones a reacción, rojos como tomates después de una carrera, con la respiración agitada y visiblemente alterados.

- Bienvenidos, chicos, ¿algo nuevo del capullo de Gómez?
- Olvídese del joyero, comisario -gritó Mel.
- ¿Qué pasa?
- ¿Que qué pasa?
- Sí, coño, Mel.
- Pues... -Mel tragaba saliva como si tuviera que anunciar las peores noticias del mundo.
- ¿Qué, joder?
- Es que...
- ¿Quieres hablar de una puta vez?
- Se ha escapado -terció Streller.
- ¿Quién? -preguntó Gutiérrez como si, en realidad, no quisiera saberlo. Una sombra de duda cruzó su rostro.

     Se desató entonces un silencio incómodo adornado con miradas cruzadas. Aquellos cuatro tipos, curtidos en las más duras batallas, temían, cada uno a su manera, que se desatara una tormenta de proporciones épicas.

- ¡Quién! ¡Dilo! -grito Gutiérrez.
- Morales -dijo Streller finalmente. - Morales se ha fugado de la cárcel.

     Si aquella mañana no se acabó la provisión de vodka en el bar de la esquina fue porque Streller, Mel y Hortensio terminaron por sacar a Gutiérrez a rastras.

     El asesino del imperdible volvía a andar suelto. La tormenta no había hecho más que comenzar.

domingo, 22 de marzo de 2015

38.- Vigilancia intensiva

     Andrés Gómez salió de su casa vestido de punta en blanco, perfectamente engominado y aparentemente tranquilo. Con las manos en los bolsillos de la chaqueta bajó los escalones del portal y se dirigió a su vehículo.

- Ahí está -dijo entonces Mel. - Despierta, hombre.

     Streller se sacudió incómodo en el asiento del copiloto cuando sintió el codo del Mel clavándose en sus costillas.

- ¿Qué pasa?
- Ya sale Gómez, habrá que seguirlo, ¿no? Para eso llevamos cuatro horas aquí sentados. ¿De verdad era esto necesario?

     Entre bostezos, Streller se incorporó y fijó su mirada en Gómez, que ya se iba.

- Me has pedido ayuda, ¿no? Pues así se hace. Si le vamos a seguir, habrá que hacerlo bien... Venga, arranca.

     Unos minutos después, Gómez paraba en un polígono industrial, bajaba del coche y, con la misma parsimonia, doblaba una esquina entre naves industriales. Streller y Mel salieron corriendo tras él, pero tuvieron que frenar en seco. Gómez se había detenido escasos metros después de torcer.

- Por poco nos pilla.
- Calla, niño. Está ahí parado, creo que está esperando a alguien.
- ¿Crees que sabe que le seguimos?
- Calla. Claro que no.

     En ese momento comenzó a sonar a todo volumen una sonata de Chopin. Mel miró a Streller y le vio palidecer. El tipo frío de gabardina y aspecto de espía acababa de cagarla.

- ¿Eso es tu móvil, Streller? Joder, suena a toda hostia.

     Cuando Mel volvió a buscar a Gómez con la mirada, este ya se había largado.

- Joder, Streller, en periodismo de investigación serás un crack, pero haciendo seguimientos eres un patoso de cuidado. Gómez ha escapado.

     Pero Streller no le hacía caso. Miraba anonadado la pantalla del teléfono.

- Olvídate de Gómez. Que le den a Gómez, joder.
- ¿Cómo que le den a Gómez?
- Esto es muy gordo, Mel. Pero muy gordo. Acabo de recibir un mensaje...
- Y, ¿qué dice?
- Vámonos corriendo. Vamos a comisaría, joder. Gutiérrez va a flipar.

domingo, 15 de febrero de 2015

37.- Conspiración en la sombra

     - Bien, chicos, ¿qué opináis?
     - Yo lo tengo más claro que el agua, comisario.
     - Y yo. Ese tío no solo es un capullo, sino que es tonto de remate.
     - En eso, definitivamente, estamos todos de acuerdo.

     Mel y Hortensio asintieron a las últimas palabras del comisario. Parecía concluirse, por unanimidad, que Gómez era un tonto capullo. Ahora, había que demostrarlo.

     - A ver -dijo Gutiérrez, con tono conspirador. No obstante, pese a encontrarse los tres encerraditos en el despacho, pese a que la luz tenue les confiriera un aire de secretismo y pese a que estuvieran a punto de organizar un plan para cazar a Gómez, no debían olvidar que ellos eran los buenos, que ellos eran la policía, y que Gómez era un joyero que se había robado a sí mismo con, seguramente, intenciones no muy honestas.
     - Comisario -se adelantó Mel. - Parece claro que Gómez ha fingido el robo, ¿no? ¿Cómo demostramos eso? ¿Nos sirve el relato de la testigo?
     - Debería servirnos -contestó este, cigarrillo en mano. - Pero aunque me fíe de la declaración de la abuela, yo no las tendría todas conmigo si dependiera de ella en el juicio. Entre su sordera y sus cosas allí podría liar una buena. - Hay que cazar a Gómez con las manos en la masa.
     - Las joyas deben de estar en algún lugar, comisario.
     - Exacto. Escondidas en un lugar que debemos descubrir. Hortensio, investiga la joyería Gómez & Asociados. Dinos en qué puede beneficiarles un robo cometido en su establecimiento. Mira los seguros, las casas de subastas, el mercado negro... lo que veas.
     - Hecho, jefe.
     - Mel...
     - ¿Sí, comisario?
     - Te necesito.

     A Mel se le iluminaron los ojillos. Material del bueno y de primera mano para su próxima novela.

     - ¿Puedes seguir a Gómez?
     - ¿Yo? ¿En serio?
     - Ponte en contacto con Streller, ese cabrón sabe cómo hacerlo...
     - Enseguida, comisario.
     - Tenedme al día de todo lo que encontréis.
     - ¿Y usted, Gutiérrez? ¿Usted qué hará?
     - De momento, tomarme una cerveza en el bar de la esquina y reflexionar un poco. Luego ya veremos. Maldito Gómez, de esta no se libra, aunque solo sea por las molestias que nos ha causado. Se va a enterar.

viernes, 16 de enero de 2015

36.- ¿Cómo dice?

     - ¿Perdone?

     Gutiérrez, guiado por Hortensio, había acudido ipso facto a interrogar a la testigo. Una señora mayor, diríase que centenaria, les había atendido y les había hecho pasar. Gutiérrez había mirado desde la ventana del salón. Allí abajo, a la distancia de una calle y siete plantas, se vislumbraba la entrada a la Joyería Gómez & Asociados, objeto del robo. No obstante, desde tanta altura Gutiérrez apenas podía distinguir el nombre del establecimiento colocado sobre la puerta.

     - Digo, señora, que mi compañero me ha comentado que tiene usted algo que contarnos.
     - Muy bien, gracias. ¿Con dos cucharadas de azúcar?

     Llevaban cruzadas tres o cuatro frases que constituían un verdadero diálogo de besugos. Gutiérrez no tenía ni idea de cómo Hortensio había obtenido la información, pero el caso es que la señora parecía sorda como una tapia.

     - ¿Qué vio aquella noche, señora?
     - Pues sí, muy majo su compañero. ¿Estuvimos tomando café? Por cierto, ¿quiere uno?
     - Pues no, señora. Me conformaría con que contestara lo que le pregunto.
     - Ahora mismo se lo traigo.

     La anciana se metió en la cocina. Gutiérrez miró a Hortensio, que alzó los hombros como justificación.

     - Esta no se entera de nada.
     - Paciencia, Comisario. Si consigue que capte la razón por la que usted ha venido, comenzará a hablar sin parar.
     - Me da a mí que hemos venido para nada.
     - A mí ayer me dijo que había visto algo, y me lo dijo antes casi de que yo le preguntara.
     - Joder, Hortensio, qué suerte que tuviste.

     Llevaban ya dos cafés y un platito de pastas que a Gutiérrez se le empezaban a atragantar. La señora les había hablado de su nieto, que estudiaba Económicas en una privada, de su hermana, que estaba fatal de la artritis, y de la subida demencial del precio de las berenjenas en el último mes.

     - A ver, señora, que me tengo que ir. ¿Vio algo en la joyería?
     - ¿Perdone?
     - En la Joyería.
     - No, por favor, ¿cómo va a haber berenjenas en la droguería? Desde luego, estos hombres, para hacer la compra son ustedes horribles... no se puede confiar...
     - Le hablo de la joyería. Joyería. La otra noche.
     - ¿Cómo dice?
     - La otra noche.
     - ¿Al supermercado en coche? No me merece la pena, además no tengo carné...

     Gutiérrez casi tira la taza de café. Las manos empezaban a temblarle.

     - Joder, señora, ya vale. ¿Me puede decir algo de Gómez & Asociados?
     - ¿Gómez & Asociados?

     A Gutiérrez casi se le saltan las lágrimas de la emoción. Por fin.

     - Ese tío es un cabrón -dijo la anciana con voz dulce. - Tiene unas joyas de mierda con precios por las nubes, y no hay manera de que haga una rebaja. Además, me parece un poco siniestro. La otra noche, sin ir más lejos, aparcó el coche frente a su puerta a las tantas de la mañana y estuvo cargándolo de joyas hasta los topes. Seguro que iba a traficar con ellas. Y dice su compañero que investigan un robo... ¿Qué van a robar ahí, si ya no quedará nada? Metió en el coche collares, relojes, pendientes, pedruscos como camiones, con su cajita y todo, y de todas las marcas, ¿eh? Que tengo buena vista, y estaba asomada yo a la ventana porque no podía dormir y lo vi todo. Todo. Vaya personaje. Y mis amigas de la peluquería están de acuerdo. Yo no le pienso comprar nada a ese tío. ¿Quiere más café?
     - No, por Dios.
     - Ahora mismo le traigo más.

     Gutiérrez echó un vistazo por la ventana una vez más. Desde allí él seguía sin distinguir un pijo. La señora debía de tener una vista de lince. Había reconocido, a la luz nocturna de las farolas, el coche, al individuo, la carga, los objetos y las marcas. Impresionante. Gutiérrez reflexionó sobre la sabiduría de la madre naturaleza, que otorga a algunas especies sentidos especialmente desarrollados, la vista en este caso, cuando otro, el oído, está para el arrastre.

     Cuando la señora volvió de la cocina, aquellos dos polícias tan majos y tan amantes del café ya se habían ido.