miércoles, 13 de marzo de 2024

107.- Qué efímero es el dulce aroma de la satisfacción

     Por alguna razón el día marchaba bien. Tranquilo, placentero, si es que puede provocar algún placer pasar la mañana en el despacho.

    Los astros se habían alineado y, milagrosamente, una calma chicha reinaba en la comisaría.

    Gutiérrez había decidido disfrutar la ocasión y, mientras llegaba la hora del almuerzo, en la que pensaba bajar al bar a por alguna copita de licor, se había acomodado en su silla, con los pies sobre la mesa, se había encendido un cigarrillo y se había puesto a curiosear entre las noticias deportivas y de la prensa del corazón.

    Como decía Sherlock Holmes: "En los sucesos más triviales se encuentran los mayores misterios". Algo parecido decía también Streller, pero a este último no le gustaba tanto citarlo, no fuera a ser que se creyera importante, y todo, el tío...

    Alguien, entonces, llamó a la puerta, sobresaltando a Gutiérrez y sacándolo abruptamente de sus reflexiones.

    Gutiérrez espero a ver la cara de Hortensio, que vendría con cualquier bobada, para comenzar con su habitual sarta de improperios. Pero no solo la puerta permaneció cerrada sino que, al otro lado, alguien volvió a llamar.

    El comisario, entonces, se levantó, molesto. En primer lugar, por tener que levantarse; en segundo, porque si no abrían era porque se trataba de un desconocido. Es decir, problemas.

    Ya refunfuñaba mientras se acercaba. Lo que vio al abrir, no obstante, le hizo enmudecer.

    Ahí delante tenía a un gigante enorme, de más de dos metros, y con cara de muy pocos amigos.

    "Maldita sea", pensó Gutiérrez. "Se acabó la paz...".

miércoles, 6 de marzo de 2024

106.- Extrayendo conclusiones

     Gutiérrez estaba en éxtasis. Recostado en la silla de su despacho, con los pies sobre la mesa, le daba caladas al enésimo cigarrillo de la mañana mientras, de tanto en tanto, daba tragos furtivos a la petaca, llena de vodka.

    - Hoy estamos a gusto, ¿eh, comisario? -preguntó Hortensio mientras entraba en el despacho.

    Después de aguantar los llantos del Plenilunito y de meterlo en una celda, y después de echar a patadas al vecinito pesado, al agente indignado y al macguffin de la limpieza, habían salido a celebrarlo. Hortensio, Mel, Streller y él, Gutiérrez. Como si fueran colegas. No habían dejado un bar abierto.

    - No os creáis que esto se va a repetir muy a menudo -les gritaba Gutiérrez con voz de beodo mientras los demás se partían de la risa. - Mañana volvemos al tajo. El crimen no descansa.

    Ahora Gutiérrez tenía una resaca de la hostia. El crimen no descansaba, pero a él se le cerraban los ojos por momentos. Utilizaba el vodka para mantenerse despierto y alejar el dolor de cabeza, dos remedios en uno.

    Genial brebaje, digno de dioses.

    - Pensé que estaría enfrascado en una nueva lectura -dijo Hortensio, irónico.

     Gutiérrez sonrió.

    - Os engañé a todos, ¿eh? Pensabais que me había enganchado al bodrio de novela del Plenilunio, ¿verdad? Pues no, me había enganchado al bodrio de su testamento.

     Hortensio asintió.

    - Absolutamente, comisario. Fue buenísimo. Y todo ese teatrillo para crear tensión, y esas referencias a Poe. No le tenía por un conocedor de las técnicas teatrales, ni de la literatura decimonónica.

    Gutiérrez se echó un poco más hacia atrás.

    - Todos tenemos un pasado, Hortensio. Y lo vamos enriqueciendo con el tiempo. Eso sí, no te lo voy a contar.
    - Menos mal, porque seguro que es un tostón de historia. Mejor guárdeselo.

    El comisario, entonces, miró a su subalterno con fingida severidad.

    - Vaya, estás hecho un cabroncete sarcástico, ¿eh, Hortensio? Veo que aprendes rápido...

    Sonrió, y le pasó la petaca. Hortensio le devolvió la sonrisa, y la petaca, no sin antes apurar un buen trago.