domingo, 22 de octubre de 2023

97.- Streller

    - ¿El hijo de Plenilunio? ¿De Roberto Plenilunio?
    - Sí, de ese mismo...
    - ¿Del escritor famoso?
    - Ya te hemos dicho que sí...

    A Gutiérrez le ponía de los nervios aquel tipo. Gacetillero insolente, soberbio y engreído, siempre pensando que tenía la razón y que sabía más que nadie, siempre con sus gafas de pasta y su gabardina. Parecía una copia barata del inspector Gadget. Un tipo, en definitiva, con más leyes que el Código Penal.

    Tenía que admitir, no obstante, que en ocasiones les había ayudado. Unas veces, aportando datos que solo un cotilla como él podía conocer; otras, colaborando en el trabajo de campo, vigilando, espiando y dando parte como un paparazi soplón.

    - Claro que sé dónde está. Eso es vox populi.
    - Los cojones, vox populi.
    - Que sí, hombre, que esa exclusiva ya la dimos.

    Gutiérrez resopló y se retorció las manos. Le hubiera retorcido el cuello al chulito de Streller, si hubiera podido.

    - ¿Y entonces?
    - ¿Entonces, qué, comisario?
    - Qué dónde está, joder...

    Streller sonrió. Parecía disfrutar jugando con la policía, y eso Gutiérrez no lo soportaba. Pero una cosa era verdad: el hijo de Plenilunio llevaba meses sin dejar rastro y no iba a ser fácil encontrarlo, salvo que aquel imbécil supiera algo.

    - Si os lo digo me lleváis con vosotros, ¿verdad?
    - Que te den, Streller.

    Streller volvió a sonreír. Había cierta ternura en sus ojos, una especie de comprensión condescendiente que a Gutiérrez le tocaba la moral hasta hacerle casi reventar.

    - Como eso es un sí, os diré que se retiró a la sierra, a un lugar recóndito. Vive en una cabaña. Yo sé dónde es... ¿Cuándo salimos?

    Gutiérrez volvió a resoplar, esta vez con más fuerza.

domingo, 8 de octubre de 2023

96.- El hijo

     Gutiérrez miró, primero, a Hortensio; luego, a Mel. Los dos lo miraban con cara de bobos, la boca abierta, esperando interesadísimos las conclusiones del comisario.

    - ¿Qué os pasa? -preguntó este.

    - Le toca a usted, comisario -contestaron los dos, casi al unísono.

    Gutiérrez remugó en voz baja para hacerse el interesante y dejarle claro a sus ayudantes que les iba a contar lo que les iba a contar porque quería, no porque tuviera que hacerlo. Que, en realidad, les estaba haciendo un favor.

    Tanto Hortensio como Mel habían cumplido. El primero había narrado su encuentro con el vecino. "Un tipo desagradable", había dicho. "Atentos a él, y al de la limpieza".

    - ¿Otra vez el de la limpieza? -había preguntado Gutiérrez.

    Por toda respuesta, Hortensio se había encogido de hombros, resignado.

    Mel había buscado en redes. "Mucho admirador exageradamente dulce", había dicho, dejando deducir que entre ellos podía encontrarse algún obsesionado con la figura del escritor, hasta el punto de acabar con él. "Y, sobre todo, un par de "haters"". Rudos, crueles. Demasiado directos para atreverse a asesinar, pero todo es posible.

    Gutiérrez les contó su conversación con el agente. "El hijo sale ganando", dijo finalmente. "¿Alguien sabe algo del hijo?", preguntó.

    Hortensio y Mel negaron.

    - Nadie lo ha visto por la casa desde hace tiempo -dijo uno.

    - Tampoco en redes sociales parece haber dejado huella -dijo el otro.

    - ¿Entonces? -preguntó el comisario. - ¿Alguna idea?

    Se miraron sin hablar. De los labios de los tres, entonces, salió un nombre:

    - Streller.

    En cuanto lo dijeron, los tres se limpiaron la boca y amagaron un escupitajo al suelo.