- A ver, por mis cojones que de aquí salimos con la respuesta a este jeroglífico.
Gutiérrez miró a su alrededor, a los presentes que, acojonados, se sentaban en sendas sillas frente a él. Ataúlfo, Germán y Amadeo ni siquiera eran sospechosos, tenían más pinta de víctimas que otra cosa, pero Gutiérrez los tenía encogidos como pajarillos. Hortensio, a su espalda, mantenía la compostura mientras, por dentro, disfrutaba como un niño viendo al comisario a pleno rendimiento.
- Comencemos por ti, Germán. Comisario de la exposición. Un pez gordo, vamos...
- A ver, gordo gordo...
- Gordo, gordo te callas, Germán, y me dejas hablar. Responde solo cuando te pregunte, ¿vale?
Germán dudó si eso había sido una pregunta que tenía que responder, o no. Por toda respuesta, tragó saliva.
- Amadeo, aquí presente, encargado de la limpieza matutina, dice que alguien estuvo limpiando la noche anterior. Ahí tenemos a un sospechoso no identificado. ¿Puedes identificarlo para nosotros?
Germán volvió a tragar saliva antes de conseguir articular palabra.
- Nadie hace mantenimiento nocturno, comisario. No es necesario. Solo por la mañana, antes de abrir.
- ¿Nadie? ¿Seguro?
- Seguro.
Gutiérrez miró a Amadeo, que había empalidecido.
- Bien, Amadeo, me estoy empezando a mosquear con tanta contradicción, así que espero que me des una respuesta convincente...
- Yo...
- Tú, ¿qué?
- Yo...
- Vamos, coño, que no tengo todo el día...
- Yo no sé nada de turnos de limpieza, comisario. Yo solo sé que alguien, antes de que yo llegara, se había dejado una fregona con un cubo en mitad de la exposición. Y con agua sucia, además, el muy guarro. Y digo yo que, si ha habido un robo, pues el que se dejó los tiestos sabrá algo...
Gutiérrez iba a empezar de nuevo a jurar en hebreo cuando unos lamentos esquizofrénicos quebraron el momento de tensión.
- ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay...!
Gutiérrez distinguió, entre los gritos y el rostro desencajado de desequilibrado psicopático, al artista costarricense.
- Y ahora qué quieres, Ataúlfo.
- Ay, comisario...
- Que hables, joder...
- Que creo que sé dónde está mi obra... qué desgracia... qué desgracia...