Streller se metió en las obras con cierto recelo. "Prohibido el paso a toda persona ajena a esta obra", "Uso obligatorio del casco", "3 días sin accidentes laborales"... Streller no sabía ya cuántas prohibiciones expuestas en carteles se había ya saltado, y cuántos carteles le habían producido un escalofrío que, a fuerza de repetirse en su espalda, se había convertido en perenne.
Lo que hubiera querido era una pistola. Precisamente lo que no tenía. Pensó qué haría si encontrara a Morales junto a Gutiérrez. Probablemente, y más sin arma, lo que haría sería cagarla.
Al llegar a tal conclusión, maldijo entre dientes.
Afortunadamente para él, y desafortunadamente para Gutiérrez y para el éxito de la misión, Streller dio un par de vueltas sin encontrar ni rastro de su comisario. Botellines de cerveza, cajetillas de tabaco, colillas y muchos escombros, lo propio de un edificio en obras. Cuando salió, lleno de polvo y tropezando entre plásticos y cartones, se dio de bruces con Mel, que tenía los ojos rojos y la cara y la ropa llena de arena. Todavía trataba de sacarse a escupitajos algunos granos que casi se traga.
- ¿Alguna novedad? -preguntó Streller.
- Un tipo indigno en el parque infantil que me ha tirado arena a la cara cuando he intentado interrogarle.
- ¿Vamos y le sacudimos?
- Déjalo. Creo que no pasa de cuatro años y su padre ya me estaba mirando mal.
Periodista y novelista, ambos metidos a investigadores, se miraron.
- La verdad es que era algo previsible. No sé que esperaba Hortensio que encontrara yo en el parque infantil -dijo éste.
- ¿Sabes qué? -dijo aquél. - Creo que Hortensio sabía perfectamente adónde nos estaba mandando.
Ambos, entonces, dirigieron su vista, sus esperanzas y sus oraciones al edificio abandonado por cuya entrada hacía ya un rato que había desaparecido Hortensio...