domingo, 9 de febrero de 2014

28.- Va la vencida

     Gutiérrez volvió a resoplar. Otra vez. Se había fumado no se sabe cuántos cigarrillos, llevaba allí sentado mucho más tiempo del que podía aguantar, tenía entre manos el asunto de la joyería y, para colmo, aún le quedaba un aspirante por entrevistar. Casi prefirió, por un momento, que le hubieran asignado uno desde las altas esferas. Aunque hubiera sido un tiparraco insoportable, aunque hubiera sido otro asesino en serie.

     "En fin", pensó. "Cuanto antes acabe, mejor". Lo peor era que aquello no tenía pinta de terminar de forma exitosa. De momento, los dos primeros entrevistados habían salido rana. "¡Siguiente!", exclamó.

     Entró un joven con pinta de enteradillo. "El típico friqui del club de ajedrez", pensó Gutiérrez, aunque no dijo nada. Sería mejor que se descubriera él mismo. Chaqueta vaquera, camisa negra, pelo engominado. "Pelo engominado, vaya tío cutre", volvió a pensar Gutiérrez. Y tampoco dijo nada, sorprendido de su propio autocontrol. "Tampoco es tan joven, yo diría que anda más cerca de los cuarenta que de los treinta".

- Nombre.
- Hortensio.
- Vaya, ya estamos. Pero, ¿es que no se me va a presentar nadie normal?

     Gutiérrez tardó varios segundos en darse cuenta de que ese último comentario, que también tenía que haberse guardado, había sido expresado en voz alta. Error. Había descubierto sus cartas antes que su interlocutor. Para cuando quiso arreglarlo, ya Hortensio había fruncido el ceño, dibujado una mueca hostil y enrojecido ligeramente.

- ¿Algún problema con mi nombre? Porque juraría que no estoy en un concurso sobre nombres bonitos, sino para ganarme un puesto en la comisaría, ¿no?
- Mira, chaval...
- De chaval nada, comisario. No sé si se le ha subido el éxito a la cabeza, ni sé si es usted un amargado y lo que quiere es fastidiarle la vida a todos los que le rodean, pero yo he venido a ayudar, no a cruzarme con maleducados. ¿Qué le sucede? Si no quiere ayudante, lo dice. Probablemente nadie le va a hacer caso, porque independientemente de que usted crea que tiene contactos, o que trabaja mejor solo, esto funciona como un equipo. Jerarquizado, sí, pero como un equipo. Y yo estaré dispuesto para lo que sea. A lo que no estoy dispuesto es a cambiarme de nombre porque a usted le apetezca, ni a escuchar comentarios estúpidos.

     Y entonces hizo algo que cualquiera en su sano juicio hubiera considerado una osadía. Sacó un paquete de tabaco, agarró un pitillo y se lo encendió, allí sentado, frente a Gutiérrez. Sin pedirle permiso. Gutiérrez tenía otro que humeaba entre los dedos, por supuesto, pero una cosa era una cosa, y otra cosa era otra cosa. Y continuó.

- Mire, comisario, yo no sé si a usted le preocupa volver a cruzarse con un demente, no sé si es usted tan débil como para dejarse influenciar por un colgado que ahora se pudre en la cárcel, donde debe estar, y lo hace gracias a usted. Pero este es el trabajo que hemos elegido, ¿no? Hasta donde yo llego, usted lo hizo bien. Pero eso no le da derecho a tratarnos a los demás como si fuéramos basura. Yo voy a ser policía aquí o donde me lleven, y deduzco por su aliento a vodka, por el desorden de este despacho y por los faldones que le salen de la camisa que usted, aun sabiendo, no tiene muchas ganas de seguir siéndolo. Una pena, desde luego, porque creo que podría aprender mucho de usted.

     Entonces hizo una pausa, aspiró una calada y resopló.

- En fin. Supongo que no era esta la entrevista que esperábamos, ¿no? Ni usted ni yo. Me parece que debería irme. Ha sido un placer, pese a todo, disculpe.

     Y Hortensio, digno como él solo y sin dejar hablar a Gutiérrez, salió del despacho.

     Gutiérrez resopló por enésima vez en las últimas horas. Hortensio. Vaya tela. Las verdad es que el tío los tenía bien puestos. Con ese nombre, no era de extrañar. Seguro que se metían con él en el colegio. Así es como uno aprende a defenderse. Al menos las entrevistas habían terminado. Ya era hora de salir a dar una vuelta. Gutiérrez se puso la chaqueta y se asomó a la puerta.

     - ¡Lali! -llamó. - Me voy a hacer la calle. La tortura aquí ya ha acabado. ¡Ah! -añadió, como de pasada. - Y dale un toque a Hortensio... sí, a este último... creo que podemos darle una oportunidad.

     Ya habría tiempo de pulirle las asperezas a este Hortensio. Pero allí fuera, con la gente con la que tenía que enfrentarse, prefería estar rodeado de un bravo temerario antes que de cualquier servil pusilánime...