domingo, 31 de mayo de 2020

67.- Las fronteras del dolor

     Las fronteras del dolor están lejos, muy lejos. A nadie le gusta llegar a ellas, y mucho menos cruzarlas. Para ese viaje nadie quiere renovar el pasaporte.

     Hortensio había perdido el conocimiento varias veces, tantas que había perdido la cuenta. El pelirrojo le había dado por arriba, por abajo, puñetazos y patadas. Luego había sacado unas tenazas y le había arrancado, una a una, todas las uñas de la mano derecha.

     Una a una.

     Las cinco uñas.

     Cada vez que recuperaba el sentido, oía a Gutiérrez gritando. O intentándolo, porque el muy cabrón le había tapado la boca con un pañuelo. El comisario se ahogaba en su propia sangre mientras se desgañitaba por el dolor. Entonces, Morales se percataba de su despertar, se acercaba a él y le susurraba al oído alguna gilipollez que pretendía ser hiriente. Algo como:

     - Hombre, si ya está despierto el bello durmiente... ¿Quieres jugar un poco más?

     Hortensio ni se dignaba a contestar. Para qué, si el tío iba a ser lo que le daba la gana... Eso sí, para sus adentros, con el hilo de vida que le quedaba, pensaba en cómo gozaría reventándole la cabeza a ese malnacido.

     El último había sido el meñique. Yacía junto a él, en una mesa llena de herramientas, mugre, una palangana con agua sucia y sus compañeras en los otros cuatro dedos de la mano de Hortensio.

     Ojalá saliera de esta...