domingo, 3 de abril de 2011

3. Un pedazo de papel

- La vida es una mierda, Santiago -le decía el tipo al barman mientras apuraba el whisky. - Una mierda enorme, hip, ponme otro...

Enorme, desde luego, era la mierda que llevaba después de haber bebido tantas copas que Santiago tuvo que mirar la lista mientras anotaba la última. Ocho. Ocho whiskies on the rock, maldita sea. Qué barbaridad.

El tipo desvariaba, sus ojos vagaban en una especie de nebulosa y su discurso hacía ya mucho que había dejado de ser coherente.

- Cuánta razón tienes, amigo -apoyó una voz desde el otro lado de la barra.

Santiago comprobó que se trataba del tío de las gafas, un tipo tímido con pintas de intelectual fracasado que había llegado no hacía mucho y había pedido un Bailey's que intentaba eternizar. Una nenaza, vamos.

La nenaza se acercó al borracho. Santiago suspiró aliviado. Tal vez aquellos dos se arreglaran entre sí y le dejaran un rato en paz.

- Yo siempre me he preguntado por qué tanto interés por estar vivo, por conservar las funciones vitales. Parece que el ser humano se dedicara a luchar para sufrir, que el sufrimiento justificara su vida.
- Sí, eso es lo que pienso yo, pero todos se ríen de mí -repuso el borracho tambaleándose.

Santiago les dejó ahí. Estuvieron un rato, discurseando a gritos, como si tuvieran delante un público enfervorizado. Levantaban las manos, miraban al cielo, daban golpes en el mostrador. El borracho pidió todavía cuatro o cinco whiskies más. Cuando el gafas terminó de una vez su Bailey's, ambos pagaron y salieron a la calle.

Un par de horas después, Santiago, mientras cerraba el bar, encontraba entre unos cubos de basura el cadáver del borracho, con el cuello rajado y completamente cubierto de sangre. Esta había bajado como una cascada por su pecho y se había acumulado, como un coqueto lago rojo, entre sus piernas. Agarrado por un imperdible a los párpados del cadáver, para sorpresa del barman, había un pedazo de papel.

Era una imagen repugnante.

Y en el papel, escrito, un nombre.