domingo, 25 de septiembre de 2016

51.- Tensa espera

     Se había hecho el silencio en el despacho de Gutiérrez. Un silencio tenso, desagradable. Quien no miraba al techo, miraba al cielo, evitando todos el cruce de miradas que obligaba a un gesto, a una explicación.

     La situación empezaba a ser más que preocupante. Otro asesinado, otra vez Morales, de eso no cabía duda. El jueguecito, que nunca había tenido gracia alguna, comenzaba a ser irritante.

     Mel tosió levemente. Aquel pesado silencio, en el que costaba hasta respirar, le estaba provocando una angustia infinita. Acto seguido Hortensio, Streller y el propio Gutiérrez le miraron, y Mel sintió el peso de los seis ojos sobre él. Bajó la cabeza. No tenía nada que decir.

     Cuando el momento se eternizaba tanto que la tensión comenzaba a hacerse insoportable, el estruendoso timbre del teléfono les sacó de su letargo, les sobresaltó y les puso alerta. Fue un sonido breve, surgido de la nada, anunciador de desgracias, como las campanas del infierno.

     No sonó una segunda vez, no obstante. Antes de que eso sucediese, el comisario ya había descolgado.

     - Gutiérrez al aparato...

     Y esta vez, al contrario que otras veces, no hubo silencio al otro lado. Ni risitas ahogadas. Esta vez la llamada era de verdad.

jueves, 1 de septiembre de 2016

50.- Con vistas al mar

     Un tipo cualquiera se acercó a la terraza y tomó asiento en uno de los lugares libres. Se encendió un cigarrillo y esperó, mirando al mar, a que se acercara el camarero.

     Las vistas eran preciosas, sin duda alguna el punto fuerte de aquella terraza. Aquel tipo, un tipo cualquiera, ya sabía que el café de allí no era, ni mucho menos, el mejor del mundo, pero, ¡qué demonios!, le apetecía tomarse uno mientras el mar azul se balanceaba delante de él, iluminado por la claridad del día y acompañado del canto de las gaviotas.

     Por fin el camarero se acercó y el tipo pidió su café.

     Aquel tipo, un tipo cualquiera, se sentía, no obstante, especial en aquellos momentos. Un café mirando al mar en un bello día, uno de esos pequeños placeres que hacen la vida más fácil.

     Un barco atracaba en la lejanía del puerto cuando alguien se le aproximó por detrás. Supuso que sería el camarero que venía con su café, y se inclinó ligeramente a un lado para facilitarle la labor.

     Entonces, un tipo cualquiera recibió una fuerte punzada en el costado. Y luego otra. Y otra. Apenas tuvo tiempo de gritar. Pronto sintió que sus órganos vitales habían sido alcanzados y que la sangre corría a chorros bajo su camiseta.

     Ni siquiera tuvo tiempo de girarse. Cuando quiso darse cuenta, un velo de oscuridad había caído sobre sus ojos.

     El camarero llegó un par de minutos más tarde. No había visto nada. No sabía nada. Llevaba el café en una mano, de hecho, presto a servirlo. La taza cayó al suelo. El café se desparramó. No iba a servir para mucho, desde luego, porque iba dirigido a un tipo cualquiera que, ahora, yacía sobre la mesa con un reguero de sangre que le salía de la boca y un auténtico torrente que llegaba, a través de sus piernas, al suelo.