- Comisario, mire esto.
Hortensio, que había entrado en el despacho a paso ligero y sin llamar a la puerta, dejó un enorme tocho sobre la mesa de Gutiérrez. Dos mil páginas, calculó este, así a ojo, mientras apuraba el cigarrillo, lo reducía sobre el repleto cenicero, le daba un trago más a la petaca de vodka que siempre guardaba en su cajón, sacaba otro cigarrillo del paquete, lo encendía y aspiraba la primera calada.
Durante todo el proceso, Hortensio permaneció en pie, inquieto, como si esperara respuesta.
Gutiérrez lo miró con cara de asco.
- Es un extracto de cuentas bancarias, de operaciones fiscales, de contratos y disposiciones legales. En definitiva, comisario, es la prueba que nos permitirá saber quién se llevaba los beneficios de la marca Plenilunio y, por ende, quién tiene la razón, si Tomás Plenilunio o el agente de su padre.
- Joder, pues, para ser un extracto, pesa un quintal.
- Sí, comisario.
Gutiérrez le dio otra calada al cigarrillo y otro trago a la petaca.
- ¿Sí, comisario?
- Que me digas a quién tenemos que vigilar.
- Al agente, comisario.
Gutiérrez sonrió. Le encantaba que los planes salieran bien. Faltaba que el culpable confesara.
- No, gracias, comisario. No bebo estando de servicio.
- Joder. Eres un moñas, Hortensio.
- Sí, comisario.