Tomás Plenilunio se hacía el compungido. Con lágrimas y todo. A Gutiérrez no le daba la más mínima pena. Lágrimas de cocodrilo. Este tío no sentía nada la muerte de su padre.
La cabaña olía a incienso, y aquel aroma se le estaba metiendo a Gutiérrez por las narices e irritándole la pituitaria de forma muy molesta. Mel y Streller, sin embargo, parecían encantados con el olor y con el té de pétalos de rosa que Tomás les había ofrecido a todos. Hortensio, por supuesto, había declinado la invitación con la excusa de que no bebía estando de servicio. Gutiérrez odiaba el té; salvo, quizás, con un chorrito de vodka.
- Se comenta que tu padre, que en paz descanse, estaba forrado. A algún sitio tendrá que ir ese dinero, ¿no?
Tomás Plenilunio se agarró la nuca con las manos, miró al cielo y cerró los ojos para alinearse los chacras.
- Pero la vas a recibir, ¿no?
- Ya te digo que ni idea. Quizá no, investigad.
- Investigaremos, pero no porque tú lo digas, hippie.