- Tiene que ser aquí...
- Esperemos que así sea, porque en caso contrario yo no doy un duro por Gutiérrez...
- Callaos ya... y dejad ya de ser tan cenizos, hombre...
A Hortensio se lo llevaban los demonios. Si no podía mantener su propia calma, ¿cómo iba a mantener la calma de sus compañeros? Streller y Mel no sabrían qué hacer sin sus directrices.
- Ya sé que el tiempo corre en nuestra contra, pero estemos atentos.
Habían decidido que Gutiérrez hubiera empezado a buscar desde los lugares más cercanos. Desde donde hubiera un bar, mejor, para tomarse un aperitivo en el descanso. El bar más próximo a la comisaría, acompañado además por una cabina y una parada de autobús, estaba a cinco calles de donde ellos habían estado debatiendo durante horas.
- Y ahora, ¿qué?
Le preguntaron al camarero. En efecto, había visto a Gutiérrez, el día anterior y los anteriores al anterior. Lo raro es que llevara sin verlo más de un día.
- Estuvo aquí.
Miraron alrededor. Una plazuela con un pequeño parque a la izquierda, un edificio en obras enfrente, un inmueble abandonado a la derecha.
- Dividámonos -sentenció Hortensio.
- En las películas eso siempre acaba mal -gimió Mel.
- Déjate de películas. Si encontráis a Gutiérrez, os cargáis a Morales y nos buscamos.
- Claro. Como si fuera fácil...
Cuando Streller quiso decir algo, sus compañeros ya estaban en camino. Cada uno a un lado. A él, obviamente, le quedaba el edificio en obras...
Se reclinó ante el escritorio de su despacho, se encendió un cigarrillo y observó el infinito. Alguien llamó educadamente a la puerta. "Comisario", le dijeron, "alguien quiere verle". "Seguro que no es para nada bueno", pensó él, "nadie me llama para nada bueno". Sin embargo, de sus labios solo brotaron las palabras "¡que pase!". Y no era ninguna rubia despampanante, por supuesto. Eran problemas. Más problemas. "¡Mierda!", pensó. Y aspiró otra calada.