domingo, 27 de septiembre de 2020

68.- De castaño oscuro a dondequiera que se pase

     Gutiérrez miró a su izquierda. Vio a Hortensio, que estaba despierto. Lo vio consciente, lo cual le extrañó. Las últimas veces que había miraba a su subordinado lo había encontrado inconsciente, o en un estado semivegetativo. Supuso que Hortensio también se habría sorprendido de encontrarle a él en pleno uso de sus facultades.

    Hortensio era una especie de mancha rojiza, un montón de carne bañado en sangre. Tenía la boca tapada por un pañuelo, como él. Le miró a los ojos y los vio inyectados en sangre, pero no por la tortura, ni por la desesperación. Lo que vio en los ojos de Hortensio fue una rabia infinita, un deseo incontrolable de escapar y un ansia tremenda de venganza.

    Aquella silenciosa miraba le reconfortó.

    Ambos oyeron voces, una conversación. Unos segundos después entró Morales. Todavía tenía ganas de seguir con la fiesta, el grandísimo hijo de la gran puta. Tenía las manos ocupadas, y Gutiérrez no supo cual de las dos era más aterradora. En la mano derecha llevaba una sierra eléctrica. ¡Una sierra eléctrica! ¿En serio? ¿Como en las películas?

    Gutiérrez pensó que la crueldad de un psicópata solo era comparable con su falta de originalidad.

    En su mano izquierda llevaba a Streller. O, mejor dicho, sujetaba al periodista de la gabardina que, por supuesto, este no se había quitado.

    - Mirad lo que he encontrado -dijo el pelirrojo, sonriendo-. ¡Un amiguito vuestro! Estaba por ahí, husmeando. Afortunadamente, he dado con él. Ha llegado justo a tiempo.

    Streller, ante el panorama que se le presentó, apenas pudo abrir la boca.

    - Ca... brón... -susurró.

    - Calla ya -dijo Morales, mientras le daba un capón. - Como seas malo, voy a empezar por ti, que lo sepas...

    Sentó, amordazó y ató a Streller a una silla que sacó de algún rincón oscuro de la habitación. Gutiérrez, Hortensio y Streller podían verse entre sí y podían ver, de frente, cómo el loco de Morales cogía la sierra eléctrica y trataba de arrancarla tirando de una cuerdecita.

    - Vaya, maldito cacharro, a ver si le falta gasolina...

    "Como a tu cabeza, colgado", pensó Gutiérrez, pero no dijo nada. Primero, por la mordaza; segundo, porque, finalmente, la sierra arranco a la tercera y se le hizo un huevo en la garganta.

    - Bien, chicos, me gustaría decir que esto será rápido e indoloro, pero no será ni una cosa ni la otra, supongo que ya lo sabéis... de hecho, será lento y prolongado, y doloroso, muy doloroso... pero también será muy divertido al menos para mí...