viernes, 26 de julio de 2013

21.- El asesino del imperdible

"El asesino del imperdible" debía haber notado que el barrio se encontraba más tranquilo de lo normal, y debía haber intuido que algo iba mal. Pero no lo hizo. "Cuanta menos gente, mejor", pensó, y continuó con su plan.

"El asesino del imperdible" debió haberse mosqueado cuando encontró el portal abierto, y cuando aquel extraño portero le franqueó el pasó sin ponerle objeción alguna. Pero no lo hizo. "Tengo un rostro muy común y nada sospechoso, todos los testigos así lo afirman", pensó, y tomó el ascensor.

"El asesino del imperdible" debió haber abortado el plan de asesinato en cuanto vio que la puerta del tercero B en la que vivía el abogado Urdiales se encontraba abierta. Pero no lo hizo. "Jamás ha sido tan fácil cometer un asesinato", se limitó a pensar, cayendo en el ingenuo error de creer que el azar se había puesto de su lado, cuando todos saben que en el juego de buenos y malos, de policías y ladrones, la fortuna es, siempre, un enemigo del que hay que sospechar.

Así que "el asesino del imperdible" entró en la casa del abogado Urdiales, cruzó el vestíbulo, el salón, vacío y a oscuras, y se acercó al despacho, en el que brillaba una tenue luz. Sacó el cuchillo de su chaqueta y lo empuñó mientras se dirigía al abogado que, de espaldas a él, trabajaba en su mesa revolviendo papeles.
Solo dio un par de pasos más. Una luz se encendió, la puerta se cerró a sus espaldas y el abogado se giró en su silla. No tenia bolígrafo, tenía una pistola. No era el abogado, de hecho; era el comisario Gutiérrez.

- Ya te tengo, Morales, hijo de la grandísima... -le espetó mientras le apuntaba.

Y Morales pensó en maldecir a los dioses, en clavarle a Gutiérrez ese cuchillo en el pecho que debía haberle clavado hacía ya meses, en salir corriendo, en rebanarse a sí mismo el gaznate, allí, donde estaba, y ahorrarse la charla victoriosa de Gutiérrez y todo el proceso posterior. Pero no lo hizo.

Morales, como haría todo psicópata que se precie, mantuvo la calma y no dijo una palabra. Sonrió, eso sí, mirando fijamente a la persona que más odiaba en el mundo y que, lamentablemente, le había ganado la partida...

martes, 16 de julio de 2013

20. Movimiento de peones

     El comisario Gutiérrez se retorcía en la silla. Dios, cómo odiaba este tipo de cosas... cómo las odiaba, de verdad... Encendió un cigarrillo con la colilla del anterior y miró a su interlocutor a la cara.

    - A ver, repíteme otra vez quién eres y qué quieres, porque creo que aún no lo he comprendido bien...

     Frente a él se sentaba un jovenzuelo escuchimizado, de greñas alborotadas, barba descuidada, zapatos deportivos y gafas de pasta. Justo ese modelo de bohemio haragán en el que Gutiérrez no confiaría en la vida.

     - Me llamo Mel, señor Comisario. ¿Puedo llamarle...?
     - Señor Comisario está bien -cortó Gutiérrez tajante antes de que el zascandil se le subiera a las barbas.
     - Pues eso... soy escritor, y me envía Streller para ofrecerme como colaborador.

     El comisario se volvió a retorcer. ¿Qué coño estaba pasando allí? ¿Dónde había quedado la jerarquía? ¿Es que ahora todo Cristo iba a pretender meter baza en sus asuntos?

     - Bueno, a ver, jovenzuelo... en primer lugar... Mel de qué viene, ¿de Melanie, de Melendi?
     - No, señor. De Millán.
     - ¿Y cómo puede venir de Millán?
     - Queda mejor que "Mil", ¿no cree?

     El niñato encima se atrevió a sonreír ante su propio chiste; cosa, por supuesto, que ni por asomo hizo Gutiérrez.

     - Y, ¿en qué dice Streller que me puedes ayudar, yogurín?
     - Verá, soy escritor de novelas de misterio...
     - Ya. Como Richard Castle, ¿no?
     - ¿Quién?
     - Nadie. Sigue.

     Mel carraspeó un poco, incómodo. Gutiérrez lo notó, y no le importó lo más mínimo.

     - No... es que soy especialista en meterme en la piel de asesinos como aquellos con los que usted tiene que tratar...
     - ¡Ah, coño! ¡Como Patrick Jane!
     - ¿Quién?
     - ¡Como El mentalista, joder! ¿Es que no ves la tele o qué te pasa, alfeñique?
     - Pues no...

     Desde luego, la juventud cada vez iba a peor... Gutiérrez decidió acabar pronto con el tema.

     - Mira, chaval. Primero, no voy a fomentar tus delirios de grandeza; segundo, no me fío de Streller -aquí Gutiérrez pensó, aunque no lo dijo, en la valiosa información que Streller le había proporcionado en el parque escasos días antes. - Tercero, yo trabajo solo. Así que si quieres, déjame tu número y a lo mejor te llamo, pero no esperes gran cosa...
     - Señor Comisario, gracias. Aquí tiene mi tarjeta -Gutiérrez alucinaba. Un nene aprendiz de escritor con tarjeta propia... - Llámeme cuando quiera. Ah, y por cierto, hace bien en no fiarse de Streller. Yo tampoco lo haría.
     - ¿Pues no se supone que Streller es tu amigo?
     - No sé si llamarlo amigo... lo conozco bien, eso sí... por eso se lo digo...

     Cuando Mel salió del despacho, Morales asomó la cabeza...

     - Jefe... ¿quién era ese tipo? No me fío de él.
     - Coño, Morales, nadie... ¡Lárgate, anda, que no estoy para monsergas! Y te he dicho no sé cuántas veces que no me llames "jefe"...

     Pero, ¿es que aquí nadie se fiaba de nadie? Hacían bien, desde luego. Gutiérrez cada vez tenía más claro que allí nadie era quien decía ser. Eso sí, al Mel este le daría un toque... sin que se le suban los humos esos de escritorzuelo... pero le vendría bien. Las informaciones de Streller le habían llevado a urdir un plan, y un plan necesita gente que lo lleve a cabo...

     Por fin estaba solo, así que sacó el vodka del cajón de su mesa y echó un buen trago...