Hortensio entró en el edificio abandonado y notó un olor extraño, como a rancio, como a cerrado. Pensó que era algo normal en un edificio abandonado, pero luego vio paredes derruidas y un techo a medio caerse por el que se renovaba el aire del interior y dedujo que tenía que haber algo más.
Allí olía a sangre, a sudor, a orines y excrementos. Allí olía a muerte.
Hortensio pasó varias salas llenas de basura y escombros hasta que dio con algo que atrajo su atención. Unas escaleras descendían a algún lugar oscuro que sus ojos no llegaban a captar y que suponía un sótano, un garaje o cualquier dependencia subterránea del edificio.
Se alegró de haber traído una linterna. La encendió.
Los escalones estaban limpios. Aquello no era normal.
Tampoco fue normal, por cierto, lo que ocurrió a continuación. Hortensio comenzó a descender hasta que un objeto contundente le golpeó en la nuca.
Entonces, a pesar de la linterna y aunque se hubieran congregado diez soles, todo a Hortensio se le volvió negro como el carbón, incluido su futuro.
Eso pensaba, al menos, cuando perdió el conocimiento.
Se reclinó ante el escritorio de su despacho, se encendió un cigarrillo y observó el infinito. Alguien llamó educadamente a la puerta. "Comisario", le dijeron, "alguien quiere verle". "Seguro que no es para nada bueno", pensó él, "nadie me llama para nada bueno". Sin embargo, de sus labios solo brotaron las palabras "¡que pase!". Y no era ninguna rubia despampanante, por supuesto. Eran problemas. Más problemas. "¡Mierda!", pensó. Y aspiró otra calada.
domingo, 3 de noviembre de 2019
sábado, 10 de agosto de 2019
64.- Era algo previsible
Streller se metió en las obras con cierto recelo. "Prohibido el paso a toda persona ajena a esta obra", "Uso obligatorio del casco", "3 días sin accidentes laborales"... Streller no sabía ya cuántas prohibiciones expuestas en carteles se había ya saltado, y cuántos carteles le habían producido un escalofrío que, a fuerza de repetirse en su espalda, se había convertido en perenne.
Lo que hubiera querido era una pistola. Precisamente lo que no tenía. Pensó qué haría si encontrara a Morales junto a Gutiérrez. Probablemente, y más sin arma, lo que haría sería cagarla.
Al llegar a tal conclusión, maldijo entre dientes.
Afortunadamente para él, y desafortunadamente para Gutiérrez y para el éxito de la misión, Streller dio un par de vueltas sin encontrar ni rastro de su comisario. Botellines de cerveza, cajetillas de tabaco, colillas y muchos escombros, lo propio de un edificio en obras. Cuando salió, lleno de polvo y tropezando entre plásticos y cartones, se dio de bruces con Mel, que tenía los ojos rojos y la cara y la ropa llena de arena. Todavía trataba de sacarse a escupitajos algunos granos que casi se traga.
- ¿Alguna novedad? -preguntó Streller.
- Un tipo indigno en el parque infantil que me ha tirado arena a la cara cuando he intentado interrogarle.
- ¿Vamos y le sacudimos?
- Déjalo. Creo que no pasa de cuatro años y su padre ya me estaba mirando mal.
Periodista y novelista, ambos metidos a investigadores, se miraron.
- La verdad es que era algo previsible. No sé que esperaba Hortensio que encontrara yo en el parque infantil -dijo éste.
- ¿Sabes qué? -dijo aquél. - Creo que Hortensio sabía perfectamente adónde nos estaba mandando.
Ambos, entonces, dirigieron su vista, sus esperanzas y sus oraciones al edificio abandonado por cuya entrada hacía ya un rato que había desaparecido Hortensio...
Lo que hubiera querido era una pistola. Precisamente lo que no tenía. Pensó qué haría si encontrara a Morales junto a Gutiérrez. Probablemente, y más sin arma, lo que haría sería cagarla.
Al llegar a tal conclusión, maldijo entre dientes.
Afortunadamente para él, y desafortunadamente para Gutiérrez y para el éxito de la misión, Streller dio un par de vueltas sin encontrar ni rastro de su comisario. Botellines de cerveza, cajetillas de tabaco, colillas y muchos escombros, lo propio de un edificio en obras. Cuando salió, lleno de polvo y tropezando entre plásticos y cartones, se dio de bruces con Mel, que tenía los ojos rojos y la cara y la ropa llena de arena. Todavía trataba de sacarse a escupitajos algunos granos que casi se traga.
- ¿Alguna novedad? -preguntó Streller.
- Un tipo indigno en el parque infantil que me ha tirado arena a la cara cuando he intentado interrogarle.
- ¿Vamos y le sacudimos?
- Déjalo. Creo que no pasa de cuatro años y su padre ya me estaba mirando mal.
Periodista y novelista, ambos metidos a investigadores, se miraron.
- La verdad es que era algo previsible. No sé que esperaba Hortensio que encontrara yo en el parque infantil -dijo éste.
- ¿Sabes qué? -dijo aquél. - Creo que Hortensio sabía perfectamente adónde nos estaba mandando.
Ambos, entonces, dirigieron su vista, sus esperanzas y sus oraciones al edificio abandonado por cuya entrada hacía ya un rato que había desaparecido Hortensio...
domingo, 7 de julio de 2019
63.- Adentrémonos en la espesura
- Tiene que ser aquí...
- Esperemos que así sea, porque en caso contrario yo no doy un duro por Gutiérrez...
- Callaos ya... y dejad ya de ser tan cenizos, hombre...
A Hortensio se lo llevaban los demonios. Si no podía mantener su propia calma, ¿cómo iba a mantener la calma de sus compañeros? Streller y Mel no sabrían qué hacer sin sus directrices.
- Ya sé que el tiempo corre en nuestra contra, pero estemos atentos.
Habían decidido que Gutiérrez hubiera empezado a buscar desde los lugares más cercanos. Desde donde hubiera un bar, mejor, para tomarse un aperitivo en el descanso. El bar más próximo a la comisaría, acompañado además por una cabina y una parada de autobús, estaba a cinco calles de donde ellos habían estado debatiendo durante horas.
- Y ahora, ¿qué?
Le preguntaron al camarero. En efecto, había visto a Gutiérrez, el día anterior y los anteriores al anterior. Lo raro es que llevara sin verlo más de un día.
- Estuvo aquí.
Miraron alrededor. Una plazuela con un pequeño parque a la izquierda, un edificio en obras enfrente, un inmueble abandonado a la derecha.
- Dividámonos -sentenció Hortensio.
- En las películas eso siempre acaba mal -gimió Mel.
- Déjate de películas. Si encontráis a Gutiérrez, os cargáis a Morales y nos buscamos.
- Claro. Como si fuera fácil...
Cuando Streller quiso decir algo, sus compañeros ya estaban en camino. Cada uno a un lado. A él, obviamente, le quedaba el edificio en obras...
- Esperemos que así sea, porque en caso contrario yo no doy un duro por Gutiérrez...
- Callaos ya... y dejad ya de ser tan cenizos, hombre...
A Hortensio se lo llevaban los demonios. Si no podía mantener su propia calma, ¿cómo iba a mantener la calma de sus compañeros? Streller y Mel no sabrían qué hacer sin sus directrices.
- Ya sé que el tiempo corre en nuestra contra, pero estemos atentos.
Habían decidido que Gutiérrez hubiera empezado a buscar desde los lugares más cercanos. Desde donde hubiera un bar, mejor, para tomarse un aperitivo en el descanso. El bar más próximo a la comisaría, acompañado además por una cabina y una parada de autobús, estaba a cinco calles de donde ellos habían estado debatiendo durante horas.
- Y ahora, ¿qué?
Le preguntaron al camarero. En efecto, había visto a Gutiérrez, el día anterior y los anteriores al anterior. Lo raro es que llevara sin verlo más de un día.
- Estuvo aquí.
Miraron alrededor. Una plazuela con un pequeño parque a la izquierda, un edificio en obras enfrente, un inmueble abandonado a la derecha.
- Dividámonos -sentenció Hortensio.
- En las películas eso siempre acaba mal -gimió Mel.
- Déjate de películas. Si encontráis a Gutiérrez, os cargáis a Morales y nos buscamos.
- Claro. Como si fuera fácil...
Cuando Streller quiso decir algo, sus compañeros ya estaban en camino. Cada uno a un lado. A él, obviamente, le quedaba el edificio en obras...
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