- ¿Has visto? Somos un equipo. El Equipo A -le decía Mel a Streller. Este miraba a otra parte. Hortensio, tres cuartos de lo mismo. No había muchas ganas de bromear.
Y menos aún cuando entró Gutiérrez, con gesto furibundo. Se sentó junto a los demás y dio un puñetazo en la mesa.
- Mierda -gritó. - Mierda, mierda, mierda... ¿Qué tenemos, Hortensio? Dime algo que no sepa, por favor.
- Me temo que voy a decepcionarle, Comisario.
Hortensio desplegó unos papeles sobre la mesa.
- Se diría que eligió una víctima a azar -continuó. - Lo único que quiere es matar. Le da igual a quien.
- Le busca a usted, Comisario -apuntó Streller.
Mel asintió. Hortensio también.
- ¿Ha vuelto a usar el imperdible?
- En efecto. Y, de nuevo, sujetaba un papel en el que estaba escrito su nombre. Gutiérrez. Sólo eso.
- No necesita más.
Los cuatro se miraron.
- Y ahora, ¿qué hacemos? -preguntó Mel.
Gutiérrez apretó los puños.
- Lo tenemos cerca. Nos observa. Se ríe de nosotros. Pero tarde o temprano atacará. A nosotros o a cualquier otro. Entonces hemos de aprovechar para sacarle ventaja. Estad atentos. Hay vidas en juego. Las vuestras, sin ir más lejos.
Todos se levantaron, menos Gutiérrez, que todavía permaneció sentado unos instantes, con la mirada perdida. Mientras dejaban la sala, pareció salir de un trance.
- Me fumaré un puro.
- ¿Cómo dice, Comisario?
- Cuando nos carguemos a ese capullo, me voy a fumar un puro. A mí también, Mel, me encanta que los planes salgan bien...
Se reclinó ante el escritorio de su despacho, se encendió un cigarrillo y observó el infinito. Alguien llamó educadamente a la puerta. "Comisario", le dijeron, "alguien quiere verle". "Seguro que no es para nada bueno", pensó él, "nadie me llama para nada bueno". Sin embargo, de sus labios solo brotaron las palabras "¡que pase!". Y no era ninguna rubia despampanante, por supuesto. Eran problemas. Más problemas. "¡Mierda!", pensó. Y aspiró otra calada.