miércoles, 26 de marzo de 2014

29.- Una cuestión de hombría

- Así que Hortensio, ¿no? ¡Coño, como mi abuela!

No fue necesaria ni una palabra más. En cuanto oyó el comentario, el recién estrenado ayudante del comisario Gutiérrez cogió al tipo por las solapas y lo levantó dos palmos del suelo.

- Repite eso, si te atreves. Repítelo y te inflo a hostias.

A Gutiérrez casi se le cae el cigarrillo de la boca. A Mel se le hubiera caído seguro, de haber sido fumador, no había más que ver el hueco considerable que había quedado entre sus mandíbulas, abiertas de par en par a causa de la sorpresa. El tipo, que se sentía levitar y que notaba cómo le faltaba el aire y cómo aumentaban sus posibilidades de recibir un mamporro de aúpa, calló. Unos segundos después comenzó a musitar una especie de disculpa temerosa que trataba de calmar el ánimo de Hortensio.

Este, finalmente, le dejó en el suelo y se separó de él con un par de cachetes cariñosos. "Vale, chaval, pero nada de tonterías, ¿eh?". Gutiérrez, que había contemplado impertérrito la escena, se retorcía de gozo en su fuero interno. "Tiene cojones el niño, ¿eh?", le había susurrado a Mel. "¿No va a separarlos?", le había respondido este. "Déjalos, que jueguen un rato".

Al fin y al cabo, la cosa no pasó a mayores. Podía haberlo hecho, desde luego, no solo por la trifulca potencial que se estuvo gestando durante unos instantes, sino por el hecho, sumamente pertinente, de que Hortensio se encontraba de servicio, en su primer día en el puesto, y que el agredido no era otro, ni más ni menos, que aquel Andrés Gómez, chulapo y patilloso, al que le habían birlado un pastizal en joyas dos días antes.

- Bien -terció Gutiérrez. - Una vez hechas las presentaciones, comencemos con las preguntas, señor Gómez, que para eso me he traído a mis dos ayudantes.