jueves, 8 de julio de 2021

75.- Amadeo, el de la limpieza

     Amadeo esperaba sentado en uno de los despachos de administración del recinto ferial. Con la mirada baja, no paraba de frotarse las manos y de mirarse los dedos, inquieto.

    - Yo no he hecho nada, Comisario. Se lo juro.

    - Nadie ha dicho que usted haya robado la obra, Amadeo -contestó Gutiérrez, para tranquilizarlo. - Solo quiero hacerle unas preguntas para esclarecer el caso...

    - Responderé a lo que quiera, pero sé lo que piensan todos. Piensan que yo robé la obra, lo veo en sus caras. Pero yo no lo hice, de verdad, se lo puedo jurar...

    - Deje de jurar, Amadeo, y dígame si esta mañana, al llegar, encontró algo extraño, algo fuera de lugar. ¿Signos de que hubieran forzado la entrada?

    - No.

    - ¿Algún tipo de desorden? ¿Algo tirado por el suelo?

    - No.

    - ¿Entonces?

    - Nada fuera de lo normal, Comisario. Todo estaba solitario. Aquí no había nadie.

    Gutiérrez se mesó los cabellos. Ya empezaba a desesperar. Con testigos así, tímidos y poco observadores, no hay mucho que hacer. Parece que no quieren ver nada por no molestar. Gutiérrez, entonces, se encendió un cigarrillo y decidió ponerse serio.

    - O sea, que lo hiciste tú, ¿no? ¿Por qué? ¿Qué lleva a un encargado de la limpieza a robar una obra de arte?

    - No, Comisario, le juro...

    - ¡Deja de jurar!

    Amadeo, entonces, se puso a llorar.

    A Gutiérrez, al ver a un hombre hecho y derecho llorando como una Magdalena, le dieron ganas de tirarse por la ventana. O de meterle un sopapo, para que llorara por algo.