- ¡Jefe, jefe! - gritaba Hortensio por el pasillo.
Gutiérrez odiaba que le llamaran jefe, que le gritaran desde el pasillo y que irrumpieran en su despacho sin llamar a la puerta, así que es fácil imaginar la cara que le puso a Hortensio cuando este se plantó ante él, con la respiración agitada y gotas de sudor perlándole la frente.
- Qué coño quieres ahora, Hortensio... - preguntó Gutiérrez con suma paciencia para no caer en exabruptos.
Por toda respuesta, Hortensio mostró a Gutiérrez una hoja de papel. Gutiérrez lo tomó y lo leyó.
- ¿Cómo? ¿Es esto verdad?
Hortensio asintió. Parecía haberse quedado sin palabras.
- ¿Estás seguro? ¿Una alerta nuclear?
Hortensio siguió asintiendo.
- ¿Y qué diablos quieren que haga yo?
Hortensio, que ya había tomado algo de aire, pudo decir: "Le buscan en la Central de Inteligencia".
Si Gutiérrez hubiera tenido un cigarrillo entre los labios, se le hubiera caído al suelo. Como, casualmente, no lo tenía, sacó uno rápidamente y se lo enchufó. En dos caladas, ya se le había extinguido. En ese tiempo, ya estaban saliendo por la puerta camino de la Central de Inteligencia.