domingo, 8 de abril de 2018

61.- Situación límite

     Gutiérrez llevaba un buen montón de horas sin decir ni una palabra. Mejor no decir nada. En su mente dominaba la idea de que todo lo que dijera podía ser usado en su contra. Como con los detenidos.

     Aunque él no era un detenido, era un retenido. Un secuestrado.

     No hacía falta que hablara, desde luego. De eso ya se encargaba Morales.

     Menudo tío más pesado, pensaba Gutiérrez sin abrir la boca. Y Morales le daba a la sinhueso, y continuaba dándole, hablando solo, a sabiendas de que Gutiérrez, aunque no quisiera, estaba obligado a escucharle.

     Entretanto, el psicópata de Morales montaba, con paciencia febril, un escenario aterrador. Ante la miraba impotente y silenciosa de Gutiérrez, Morales había montado sobre una mesa una especie de tenderete de ferretería que, a medida que se iba llenando, hacía que Gutiérrez tragara saliva y alterara su respiración con frecuencia preocupante.

     Morales había puesto sobre la mesa un martillo, un cincel, unos alicates, varias llaves, un hacha, tornillos y clavos...

     ¿Tornillos y clavos? Gutiérrez no quería ni imaginar lo que se le venía encima. Cuando Morales entró portando una sierra eléctrica llevaba, al mismo tiempo, una sonrisa enorme, de oreja a oreja. Y seguía hablando. Le explicaba a Gutiérrez las cualidades de las distintas herramientas. Lo que no decía era para qué iba a usarlo.

     Aunque Gutiérrez intuía, no sabía por qué, que no era para nada bueno.