miércoles, 14 de febrero de 2024

104.- La disertación

    Gutiérrez dio otra calada a su pipa y observó el rostro anonadado de todos los presentes.

    - Les he reunido aquí, caballeros... porque ya he encontrado al asesino de Roberto Plenilunio.

    Se levantó una ola de susurros entre los presentes.

    - Es más, el asesino se encuentra presente entre nosotros... y lo puedo demostrar.

    La ola de susurros se transformó en un silencio de interés y expectación. Había que ver la cara del vecino de la víctima, del hombre de la limpieza, del agente y del hijo. Hasta los compañeros de fatigas de Gutiérrez mostraban el mayor interés en comprobar qué se traía entre manos el comisario...

    Gutiérrez dio otra calada a la pipa y se apoyó sobre la mesa, buscando comodidad. Estaba disfrutando como un niño, y se le notaba.

    - La clave, caballeros, la tiene C. Auguste Dupin, como no...
    - ¿Quién? -preguntó el vecino.
    - Dupin, el detective -contestó el agente-. Calla y deja que hable.
    - En efecto. Dupin, el detective, la creación de Edgar Allan Poe.

    "Pues vale", pareció pensar el vecino aunque, obedeciendo las recomendaciones, guardo silencio y esperó que Gutiérrez continuara.

    - Cuando encontramos revuelta la casa de Plenilunio tuve la certeza de que el asesino buscaba algo. Algo cuya existencia desconocía cuando cometió el asesinato, pues no había desorden en la escena del crimen; o algo que ya creía haber destruido, pero que alguna circunstancia, tal vez nuestras preguntas, compañeros -y miró entonces a Hortensio, Streller y Mel- había vuelto a sacar a relucir.
    - ¡Qué interesante! -dijo, como hablando para sí, el de la limpieza.
    - Ya teníamos la impresión de que ese algo, caballeros, era un testamento, tal vez un testamento secreto de última hora que haría cambiar de manos la herencia del escritor.
    - ¿Un testamento? -preguntó el agente, mientras empalidecía.
    - ¡Claro, un testamento! -casi gritó el vecino, al que le faltaba una gran bolsa de palomitas para sentirse en una película de inmersión virtual.

    Gutiérrez asintió.

    - Fue, entonces, queridos compañeros, caballeros respetables, amigos todos, aunque uno de ustedes sea el asesino, cuando pensé en C. Auguste Dupin.

    La pausa dramática del comisario, entre que volvía a acomodarse, daba otra calada a la pipa y observaba a unos y a otros, fue tan larga, que hasta Hortensio, incapaz de contenerse, terminó preguntando:

    - ¿Por qué Dupin?
    - Me alegra que me hagas esa pregunta, Hortensio -contestó el comisario con celeridad, como si hubiera decidido no continuar hasta que alguien la hubiera formulado en voz alta.

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