sábado, 20 de septiembre de 2014

33.- Enemigo a las puertas

     Cuando Gutiérrez llegaba a la comisaría cada mañana, lo hacía con una especie de nudo en el estómago que él siempre había interpretado, más allá de nervios o estrés, como una evidente muestra de hastío. "¡Vaya asco de trabajo!", parecía querer decirle su organismo cada vez que atravesaba el umbral. Y no es que su vida fuera de las paredes del despacho fuera emocionante y apasionante, pero, joder, lo que se encontraba dentro era vomitivo.
   
     Y si eso era lo que se encontraba Gutiérrez cada mañana, puede uno imaginar con qué cuerpo regresaba después de una mañana patrullando, investigando, interrogando a capullos, víctimas que, en ocasiones, resultaban ser de peor calaña que los delincuentes que les habían perjudicado y tipos de ralea infame. Un paseo por los suburbios, por la cara sucia y oculta de la ciudad, y a Gutiérrez se le quitaban las ganas de todo.

     Añádasele a todo esto una nube de periodistas atascando la entrada, gente de las revistas del corazón, cámaras, flashes y micrófonos impertinentes, todos esperando algo, todos poniéndose nerviosos como una nube de avispas en cuanto aparece Gutiérrez, cuya cara de asco se transforma, poco a poco, en la imagen misma de la ira.

- ¿Qué coño pasa? -es lo único que se le ocurre preguntar.

     Pero los micrófonos, aparentemente con vida propia, luchan por metérsele en la boca, y el aire se llena de preguntas que vienen de no se sabe muy bien dónde.

- Comisario, ¿cuál es la verdad del asesino del imperdible?
- Gutiérrez, ¿ha leído la novela?
- ¿Qué te parece el perfil de tu personaje?
- ¿Iría a recoger un supuesto premio literario?
- ¿Cuál es su relación con el autor? ¿Y con el asesino?
- ¿Ser protagonista de un best-seller le ha hecho cambiar?

     La recopilación de fragmentos de preguntas, aquí y allá, llevó a Gutiérrez a comprender que la novela de Mel estaba siendo todo un éxito nada más ser publicada. Y, desde luego, todos sabían que el caso narrado era el suyo, que el protagonista era él. Nada más librarse del montón de moscardones, se dirigió a Hortensio:

- Haz venir al escritorzuelo ese, anda, Hortensio, que se va a enterar...

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