domingo, 7 de septiembre de 2014

32.- Dos calles más allá

     Así que allí estaban, dos calles más allá de Gómez y Asociados, en otra joyería. El decorado, o así le pareció a Gutiérrez nada más entrar, no era muy diferente. Timbre en la puerta, expositores llenos de piezas que relucían bajo la luz de pequeños focos dedicados expresamente a ellas. Un ambiente que a él le parecía artificial, frío, y no solo porque el aire acondicionado estuviera a toda hostia, que lo estaba.

     El mundo de las joyerías le parecía falso, elitista y superficial, como un decorado hecho de cartón-piedra. Cartón-piedra que valía un ojo de la cara, eso sí, pero que precisamente por ello se le revelaba totalmente prescindible.

     Había cámaras de vigilancia. Gutiérrez les prestó atención y supuso que estarían funcionando. Y grabando. Y que esas grabaciones no desaparecerían de la noche a la mañana precisamente cuando sufrieran un robo.

- Ese tío es un gilipollas -dijo el propietario del negocio.
- ¿A quién se refiere? -quiso determinar Hortensio, siempre tan académico que, en ocasiones, se pasaba de la raya.
- A Gómez, hombre, ¿a quién iba a ser? "Gómez y Asociados" -dijo parodiando a un payaso. - Qué asociados ni qué hostias, quién iba a querer trabajar con él.


     Gutiérrez había contenido su deseo de mostrar su total acuerdo con esa primera impresión sobre Gómez, la de su gilipollez, no tanto por su decoro policial o porque se encontraba en plena investigación como por no tener que añadir, a continuación, que este joyero que tenía enfrente le parecía tan gilipollas como el otro. Otra vez pelo engominado, pinta de estirado, falsa reverencia ante cualquiera que quisiera dejarse los cuartos ante él. ¿Pero es que todos eran iguales? Bueno, este peor aún, ni siquiera tenía un apellido tan vulgar como Gómez. Ernesto de Medinaceli y Cifuentes, se hacía llamar el tío, con esa retahíla de preposiciones y conjunciones que la nobleza de rancio abolengo gusta de añadir entre sus apellidos. Toma ya.

- ¿Sabe si Gómez tenía enemigos?
- ¿Gómez? A cientos, joder. Cualquier joyero digno y honesto odiaría a esa piltrafa. Ese tío no tiene escrúpulos.
- ¿Por qué? ¿Era desleal?
- Era un cabronazo de mucho cuidado. Mire usted, en este mundo nos conocemos todos, las cuentas quedan pendientes, ¿sabe? Gómez las ha hecho muy gordas. Desde la obtención de material de alta calidad y procedencia dudosa al robo de clientes, si se puede llamar así. Para esa rata la ética no es más que el nombre de una asignatura de instituto.
- Sí, pero robar a un ladrón no tiene cien años de perdón...
- Ustedes sabrán... ¿qué pasa, le han robado?
- Eso a usted no le importa.
- Pues si así ha sido, me alegro. Se lo tenía merecido.
- ¿A usted le han amenazado de algún modo? ¿Ha visto algo sospechoso últimamente por su joyería?
- Yo no he visto nada, aunque le reconozco que no me fío ni de mi sombra. El mundo está lleno de ladrones, y Joyas Kristal es un pastelito muy apetecible... honesto pero apetecible...

- ¿Qué le parece este Ernesto, comisario? -preguntó Hortensio al salir del interrogatorio.
- Un perla.
- Eso salta a la vista, pero... ¿puede haber sido él el culpable del robo a Gómez?
- No lo creo -contestó Gutiérrez. - Demasiado odio, demasiado evidente... si fuera el culpable, sería verdaderamente torpe por su parte...
- A seguir buscando, pues.
- A seguir buscando.

     Gutiérrez se encendió un cigarrillo. Ya caía la noche. Hora de volver a casa. Total, para lo que había que hacer, lo mismo le daba pudrirse en el sofá de su salón que en la mesa del despacho de la comisaría...

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