Así que allí estaban, dos calles más
allá de Gómez y Asociados, en otra joyería. El decorado, o así le
pareció a Gutiérrez nada más entrar, no era muy diferente. Timbre
en la puerta, expositores llenos de piezas que relucían bajo la luz
de pequeños focos dedicados expresamente a ellas. Un ambiente que a
él le parecía artificial, frío, y no solo porque el aire
acondicionado estuviera a toda hostia, que lo estaba.
El mundo de las joyerías
le parecía falso, elitista y superficial, como un decorado hecho de
cartón-piedra. Cartón-piedra que valía un ojo de la cara, eso sí,
pero que precisamente por ello se le revelaba totalmente
prescindible.
Había cámaras de
vigilancia. Gutiérrez les prestó atención y supuso que estarían
funcionando. Y grabando. Y que esas grabaciones no desaparecerían de
la noche a la mañana precisamente cuando sufrieran un robo.
- Ese tío es un
gilipollas -dijo el propietario del negocio.
- ¿A quién se
refiere? -quiso determinar Hortensio, siempre tan académico que,
en ocasiones, se pasaba de la raya.
- A Gómez, hombre,
¿a quién iba a ser? "Gómez y Asociados" -dijo
parodiando a un payaso. - Qué asociados ni qué hostias, quién
iba a querer trabajar con él.
Gutiérrez había
contenido su deseo de mostrar su total acuerdo con esa primera
impresión sobre Gómez, la de su gilipollez, no tanto por su decoro
policial o porque se encontraba en plena investigación como por no
tener que añadir, a continuación, que este joyero que tenía
enfrente le parecía tan gilipollas como el otro. Otra vez pelo
engominado, pinta de estirado, falsa reverencia ante cualquiera que
quisiera dejarse los cuartos ante él. ¿Pero es que todos eran
iguales? Bueno, este peor aún, ni siquiera tenía un apellido tan vulgar como Gómez. Ernesto de Medinaceli y Cifuentes, se hacía llamar el tío, con esa retahíla de preposiciones y conjunciones que la nobleza de rancio abolengo gusta de añadir entre sus apellidos. Toma ya.
- ¿Sabe si Gómez tenía enemigos?
- ¿Gómez? A cientos, joder. Cualquier joyero digno y honesto odiaría a esa piltrafa. Ese tío no tiene escrúpulos.
- ¿Por qué? ¿Era desleal?
- Era un cabronazo de mucho cuidado. Mire usted, en este mundo nos conocemos todos, las cuentas quedan pendientes, ¿sabe? Gómez las ha hecho muy gordas. Desde la obtención de material de alta calidad y procedencia dudosa al robo de clientes, si se puede llamar así. Para esa rata la ética no es más que el nombre de una asignatura de instituto.
- Sí, pero robar a un ladrón no tiene cien años de perdón...
- Ustedes sabrán... ¿qué pasa, le han robado?
- Eso a usted no le importa.
- Pues si así ha sido, me alegro. Se lo tenía merecido.
- ¿A usted le han amenazado de algún modo? ¿Ha visto algo sospechoso últimamente por su joyería?
- Yo no he visto nada, aunque le reconozco que no me fío ni de mi sombra. El mundo está lleno de ladrones, y Joyas Kristal es un pastelito muy apetecible... honesto pero apetecible...
- ¿Qué le parece este Ernesto, comisario? -preguntó Hortensio al salir del interrogatorio.
- Un perla.
- Eso salta a la vista, pero... ¿puede haber sido él el culpable del robo a Gómez?
- No lo creo -contestó Gutiérrez. - Demasiado odio, demasiado evidente... si fuera el culpable, sería verdaderamente torpe por su parte...
- A seguir buscando, pues.
- A seguir buscando.
Gutiérrez se encendió un cigarrillo. Ya caía la noche. Hora de volver a casa. Total, para lo que había que hacer, lo mismo le daba pudrirse en el sofá de su salón que en la mesa del despacho de la comisaría...
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