jueves, 14 de julio de 2011

7. Sucesos indeseados perturbarán tu ánimo

Con el tiempo, aquel día sería recordado entre los agentes de comisaría como “el día de la gran granizada”. Un nombre estúpido, desde luego, especialmente porque lleva a confusión, porque cualquier ignorante puede bromear sobre el hecho de que todos fuimos a una heladería a tomar granizada o algo así, cualquier ignorante que no sepa hasta qué punto influye el granizo en el trabajo de un policía.
A mediodía, no obstante, cuando a nadie se le habría ocurrido decir que se encontraba en “el día de la gran granizada”, la cosa ya pintaba mal. Acababa de leer el horóscopo del día en el periódico: “sucesos indeseados perturbarán tu ánimo”. Recuerdo que pensé algo así como: “Joder, ¿cómo se les ocurre decir esto?”. Pensé en la farsa de los horóscopos, en que conocía a periodistas que cada mañana escribían al azar en esa sección lo primero que se les venía a la cabeza, en lo perjudicial que era para el negocio de venta de periódicos hacer predicciones negativas. Nadie compra el periódico para leer que le van a venir mal dadas. “El que escribió esto debió haber tenido un día realmente horrible”. Luego caí en la cuenta de que yo mismo leía esa farsa cada mañana y que me dejaba influir por ella hasta el punto de cambiar mi estado de ánimo.
“Mierda”, pensé. Me puse un café muy cargado con un buen chorro de vodka. Encendí un cigarrillo y me recosté en mi silla, con los pies encima de la mesa del despacho, “que para eso es mi despacho”, como había dicho por activa y por pasiva en multitud de ocasiones. Y, como cada vez que intentaba relajarme, justo en ese momento apareció Morales.
- Jefe, un asesinato en el puerto.
La frase me vino inmediatamente a la cabeza: “sucesos indeseados pertubarán tu ánimo”. Pensé que un asesinato era un suceso indeseado, por supuesto, pero era, al mismo tiempo, la rutina con la que tenía que lidiar a diario. Así que un “suceso indeseado” capaz de “perturbar mi ánimo” tenía que ser algo más próximo. Y entonces pregunté, como movido por un resorte, y aun a riesgo de mostrarme obsesionado, de parecer un neurótico:
- ¿Algún imperdible? ¿Algún papel? ¿Algún nombre?
Morales comprendió, me miró con un ligero gesto de compasión que no se atrevió a mostrar, más le valía, pero que detecté y que me hizo concluir que, de allí en adelante, mis preocupaciones personales serían solo mías, y contestó con un lacónico y temeroso:
- No, jefe.
Me levanté, me puse la chaqueta y salimos en dirección al puerto. Entonces nadie hubiera dicho que aquel día sería conocido como “el día de la gran granizada”; nadie hubiera dicho, tampoco, que el “suceso indeseable” estaba por llegar, que no se trataría precisamente del granizo y que, en efecto, terminaría por “perturbar mi ánimo” de manera definitiva.

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