Gutiérrez había llegado a la conclusión de que el entrenamiento que acababa de presenciar era lo más aburrido que había visto en su vida. Y eso que, supuestamente, era el día antes de la final, todo tensión, todo atención de los medios... él solo veía a tipos altísimos rozando su cuerpos sudorosos para conseguir meter la bola en la canasta.
- Eso es, comisario. Veo que capta el mensaje. Colaboración, juego en equipo, estrategia para la consecución de un fin común. Un deporte de altura...
Más allá del juego de palabras, Gutiérrez asumió que Hortensio no veía las cosas igual que él.
Además, la cosa había concluido y no había dado con el tipo del bigote. Era extraño, no obstante. Si el tipo no sabía que había sido observado, si la desaparición de Conde respondía a algún tipo de plan, el tipo del bigote debería volver a hacer acto de presencia. Presentar sus demandas. Y antes de la final, o sea, en aquel entrenamiento.
Constantino, desde la cancha, saludó a Gutiérrez agitando la mano.
- Mira, comisario, nos saluda el capitán. ¡Vamos, Lechones! -gritó Hortensio, para vergüenza de su jefe.
De repente, Constantino se detuvo en el centro de la pista y señaló a un lateral de las gradas. Gutiérrez miró. Allí había un tipo, medio oculto. En su rostro, un mostacho enorme.
El tipo, al darse cuenta, comenzó a correr. Gutiérrez y Hortensio comenzaron una frenética carrera. No llevaban ni cien metros cuando Gutiérrez decidió que seria mejor si el joven Hortensio, prodigio físico, se encargara de las persecuciones.
Y se detuvo a respirar un poco y fumar un cigarrillo.