- Comisario, comisario...
Gutiérrez empezaba a sentir por Hortensio un cierto aprecio. Le parecía un tipo eficiente y respetuoso. Por eso supuso que habría una buena razón para interrumpirle en mitad de un cigarrillo, abriendo la puerta del despacho como si tuviera autoridad para hacerlo.
- ¿A mí? ¿Para qué?
- Es el vecino de Plenilunio.
- ¿Del muerto?
Hortensio asintió. Gutiérrez pensó que igual había desarrollado demasiado pronto un aprecio por su subordinado que iba a resultar, a la postre, inmerecido. El vecino era un pesado y un colgado, así lo había descrito Hortensio unos días atrás. ¿A santo de qué traerlo ahora a su presencia?
Gutiérrez resopló. Pese a ello, a alguna mueca de asco y a algún aspaviento poco disimulado, pocos segundos después lo tenía delante, hablando como una cotorra.
- Lo he visto, comisario, lo he visto. Ya le dije a su ayudante que algo pasaba. Así que estuve atento. Y volvió. Lo he visto. Había una cinta policial en la puerta, claro, era un crimen. Pero la saltó. Hizo como si no existiera. Y eso no se puede hacer, ¿verdad?
Gutiérrez se frotó los párpados en busca de la paciencia que había perdido ya años atrás.
- Ha vuelto. Lo he visto.
- ¿Quién? ¿El de la limpieza?
Gutiérrez miró a Hortensio, en pie tras ellos. Si era otra vez para hablar del de la limpieza, iba a montarle un pollo al primero que se cruzase en su camino. Eso estaba claro. Pero Hortensio, que ya sabía de qué iba el tema, negaba con la cabeza, mientras el vecino de Plenilunio seguía hablando.
- A ver, al grano. ¿A quién has visto?
Cuando el vecino dio la descripción y Gutiérrez y Hortensio reconocieron a quien se había colado en casa del asesinado, supieron que el caso iba a dar un giro la mar de interesante...
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