jueves, 26 de enero de 2023

82.- Los hombres de negro no tienen quien les escriba

     Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Gutiérrez y Hortensio se encontraron ante un espacio infinito. Una sala inmensa, enorme, con techos tan altos como un edificio de cuatro plantas. Gutiérrez dedujo rápidamente que debían de haber descendido varios planos en el subsuelo para que semejante construcción no fuera visible desde la calle.

    Como el espacio exterior, la sala era infinita; como el vacío que lo puebla, el aspecto de la sala era desolador. Mesas de oficina vacías se extendían hasta donde llegaba la vista. Todas tenían una pequeña lámpara apagada. Gutiérrez se preguntó de dónde venía la luz, y dedujo que de algún punto difuso del techo. El aspecto de la sala, de biblioteca abandonada, y el de la luz, de quirófano gigante, le revolvieron el estómago.

    - Esto es una mierda, Hortensio -se limitó a decir en su susurro.

    Hortensio, por toda respuesta, miró a Gutiérrez un segundo, dándole la iniciativa en las presentaciones que a continuación iban a producirse, pues frente a ellos, vestido con un impecable traje negro y gafas de sol, se encontraba un tipo que les miraba con seriedad. Nadie dudaba de que llevaba un arma bajo la chaqueta.

    - Comisario Gutiérrez, soy el agente Paz, director de la Central de Inteligencia. Venga conmigo, no tenemos tiempo.

    Se dio la vuelta y empezó a andar con premura. Gutiérrez intentó seguirle, pero pronto notó que le faltaba el aire.

    - Un momento, coño, agente Paz, ralentice un poco -dijo entre jadeos. - ¿Se puede saber qué hacemos aquí?

    El agente Paz, más allá de la irónica mística de su apellido, se volvió a Gutiérrez con cara de pocos amigos.

    - Hoy han sido ustedes elegidos para salvar el mundo. No querrán negarse, ¿verdad?

    Gutiérrez y Hortensio negaron con la cabeza, mientras su mente se preguntaba qué cojones pintaban ellos allí, y sus pulmones trabajaban a destajo para intentar aguantar el ritmo de la marcha.

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