sábado, 11 de junio de 2011

5. El misterio del chupachús robado

No sabía muy bien por qué Eulalia había tenido que traerse a los niños a comisaria. Le habían dicho algo de que no tenían colegio, de que la canguro se encontraba indispuesta, de que no entorpecerían su labor de secretaría. Qué más daba. El caso es que eran molestos, el nene y la nena ajetreando de acá para allá entre gritos y juegos.

Nunca le habían gustado los niños. Demasiado impulsivos, demasiado irracionales, demasiado animalizados. "Los mamíferos parecen estúpidos durante sus primeros años de vida", había dicho alguna vez. "Algunos mamíferos, de hecho, lo parecen durante su vida entera".

Ahora la niña se había puesto a gritar junto a su puerta, unos bramidos que desembocaban en el llanto fácil de la gente descerebrada. Y Eulalia sin aparecer. Así que tuvo que abrir la puerta y terciar en el asunto.

- Dime, niña, qué te pasa.
- Me ha quitado el chupachús -y señalaba a su hermano.
- ¿Le has quitado el chupachús, niño?

El niño negó con la cabeza.

- Tu hermano dice que no.
- Me ha quitado el chupachús -y continuaba señalándole.

Y el niño que continuaba negando. "Desde luego, qué asco de trabajo", murmuró el Comisario Gutiérrez. Y se dirigió al niño.

- Ven aquí, chaval. Sí, sí, aquí, ven. Siéntate. Que te sientes, coño. ¿Sabes qué es esto? Una sala de interrogatorios. ¿Y sabes para qué sirve?

El niño volvía a negar mientras el Comisario cerraba la puerta. Luego se acercó y comenzó a hablarle, en tono muy bajo, casi en un susurro.

- Mira, chaval, tú y yo no nos caemos bien, pero no vamos a salir de aquí hasta que me digas la verdad sobre el chupachús. Sé perfectamente que lo tienes tú, ¿sabes? Estamos hablando de hurto, de un par de años de cárcel, ¿sabes lo que es la cárcel , chaval? ¿Sí? No, no lo creo, no tienes ni idea de lo que es eso... Mira, niño, o me dices ahora mismo dónde está el chupachús o te lío un follón de dos pares de cojones, ¿me entiendes? Canta ahora mismo... ¡canta!

El niño, que había escuchado al Comisario con los ojos como platos, comenzó a llorar.

Desde fuera Morales, que pasaba por allí, alcanzó a oír expresiones como "¡Vaya nenaza, mira como llora!", así como golpes contra las paredes, gritos desaforados, sillas que volaban, mesas volcadas.

Segundos después, el Comisario salía de la sala de interrogatorios con un chupachús en la mano. Tras él, serio y en aparente estado de shock, caminaba el interrogado.

- Toma, niña, y ahora a ver si te estás tranquilita, ¿vale?

Morales se acercó al Comisario.

- Jefe, ¿no ha sido un poco excesivo?
- Joder, Morales, si ni siquiera le he puesto la mano encima... ha sido una presa fácil de mis dotes persuasivas... -y sonrió.

Al terminar su jornada, Eulalia se sorprendía del comportamiento de sus hijos, unos angelitos que se habían pasado las últimas horas sentados en un banco de madera sin decir ni mu. De hecho, sin atreverse a mover un dedo...

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