sábado, 30 de septiembre de 2017

58.- Hay alguien ahí

     Gutiérrez despertó con un dolor de cabeza tan agudo que hacía que sus peores resacas parecieran un juego de niños. Miró a su alrededor. Una tenue tiniebla le rodeaba. Se encontraba en un lugar amplio, dedujo que un almacén abandonado, o una antigua fábrica.

     Por su frente chorreaba un líquido viscoso. No tardó mucho en deducir que era sangre, su propia sangre, especialmente cuando comprobó que ésta se había deslizado por su cuerpo y sus piernas hasta depositarse en el suelo, a sus pies, en un charco que empezaba a tener proporciones considerables.

     - ¿Hay alguien ahí? -preguntó Gutiérrez, más que desesperado, resignado a no recibir respuesta.

     En efecto, le contestó el silencio.

     - He dicho que si hay alguien ahí -volvió a preguntar.

     Y, viendo lo que oyó a continuación, se diría que Gutiérrez hubiera deseado estar solo, no recibir respuesta. Porque lo que llegó a sus oídos desde algún lugar de aquel almacén abandonado fue la vieja y ya conocida risa estúpida de aquel a quien más odiaba.

     Decidió, a partir de aquel momento, que no volvería a preguntar si había alguien en los alrededores.

     Aquel mindundi desequilibrado, más tarde o más pronto, haría aparición. Y entonces sí. A pesar de las manos que sentía atadas a su espalda, a pesar de los pies, incapacitados para el movimiento, entonces sí, cuando tuviera delante a ese desgraciado, terminarían por ajustar cuentas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario